A nuestra especie, por lo general, le es fácil olvidar… Eso sí, hay olvidos y olvidos… Nada es comparable a olvidarse del primer amor, de traer un hijo al mundo o de ver morir a un inocente… La puntualización viene cuando nos percatamos de que olvidarse de apagar el brasero, de echar la bonoloto, de felicitar a Mengano por su quincuagésimo cumpleaños o de acudir a las urnas en una jornada de elecciones -siéndoles sincero, decirles que, entre equipajes, limpieza y arreglos florales, se me olvido votar… esta loca cabeza… je, je, je-, puede repercutir sobremanera en nuestras vidas.
Dicen por ahí que el olvido es el padre de todos los males, pero claro está, en su justa medida… Unos piden que no se olvide todo lo malo que hicieron otros para, a la postre, olvidar la razón por la que llegaron al poder… Llamémoslo necedad, es lo suyo...
Yo defiendo por tanto, una pizca de olvido y otra de recuerdo que, a partes iguales aporten la suficiente claridad para discernir entre lo necesario y lo sectario una vez arribe la hora…, y si no, que al menos la vida nos insufle un buen soplo de ignorancia para que, aunque no olvidemos con la facilidad deseada, seamos felices sin comprender el mecanismo que genera nuestro movimiento, cosa que siempre sucede de manera voluntaria al alma mediterránea que políticos y ciudadanos engordamos en nuestra mundana mortaja.
Y con unos olvidos y otros, les dejo, como no podía ser de otra forma, con El guardián del olvido, un clásico muy laureado de Joan Manuel Gisbert y Alfonso Ruano, que, sin caer en ese olvido editorial que tan poco nos gusta a los lijeros, ha sido reeditado por SM durante este otoño de bulla y trajín, para que los ciudadanos nos concedamos un momento egoísta y desconectar así de tanta urna y voto.
Dicen por ahí que el olvido es el padre de todos los males, pero claro está, en su justa medida… Unos piden que no se olvide todo lo malo que hicieron otros para, a la postre, olvidar la razón por la que llegaron al poder… Llamémoslo necedad, es lo suyo...
Yo defiendo por tanto, una pizca de olvido y otra de recuerdo que, a partes iguales aporten la suficiente claridad para discernir entre lo necesario y lo sectario una vez arribe la hora…, y si no, que al menos la vida nos insufle un buen soplo de ignorancia para que, aunque no olvidemos con la facilidad deseada, seamos felices sin comprender el mecanismo que genera nuestro movimiento, cosa que siempre sucede de manera voluntaria al alma mediterránea que políticos y ciudadanos engordamos en nuestra mundana mortaja.
Y con unos olvidos y otros, les dejo, como no podía ser de otra forma, con El guardián del olvido, un clásico muy laureado de Joan Manuel Gisbert y Alfonso Ruano, que, sin caer en ese olvido editorial que tan poco nos gusta a los lijeros, ha sido reeditado por SM durante este otoño de bulla y trajín, para que los ciudadanos nos concedamos un momento egoísta y desconectar así de tanta urna y voto.
1 comentario:
Dicen que el que olvida es feliz, pero digo yo que si olvidas lo bueno también, pues que no tiene gracia la cosa...
Me apunto el libro para buscarlo en la biblio.
Gracias Román,
saluditos, Miriam
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