Son
sorprendentes los pocos límites que definen la maldad humana, buena prueba de
ello son las bombas que han convertido las calles de Boston en un campo de
batalla medieval, donde las amputaciones y las heridas eran el paisaje funesto
del dolor. Si a ello añadimos las patéticas imágenes de un populacho enaltecido
e increpando durante la mañana de ayer a Isabel Pantoja (no quepo en mi asombro…),
concluyo con que son dos las causas de una sociedad repleta de abyección: la
envidia y el aburrimiento.
Se
ve que nadie puede dejar vivir a los demás. Todos estamos condenados a criticar
al prójimo, alegrarnos por sus miserias, y destripar sus defectos y virtudes,
para finalmente seguir siendo infelices… ¿Tan triste es la vida como para
invertirla en desear el mal de lo ajeno? Me repugna tanta malicia desbocada,
tanto horror diario, de esa violencia que veo en las aulas de colegios e
institutos, en la cola del supermercado, en los bares, en los campos de fútbol,
en los folletines de la tarde, entre compañeros de trabajo, e, incluso entre
parejas y hermanos.... Más nos valdría llenarnos de palabras hermosas, caricias
y besos.
Es
por ello que, dejando a un lado el infierno que se ha convertido la superficie
de nuestro planeta (creo que los anélidos y larvas del subsuelo denotan más
bondad que los primates de los que descendemos), recomiendo la lectura de Besos, de Goele Dewanckel (editorial
Kókinos), uno de los mejores álbumes ilustrados de esta primavera que siendo el
fiel reflejo de una ilustración de épocas pasadas a rebosar de colores básicos,
formas definidas, tintes iconográficos, y mensajes surrealistas.
Llenémonos
pues de un mensaje universal que puede limpiar esa capa mugrienta que cubre el
alma, desterrando así lo perverso y vil de la naturaleza.
Banda
Sonora Original: Gabrielle Aplin. Please,don’t say you love me.
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