lunes, 3 de junio de 2013

De lobos buenos y malos


Mi presencia en Facebook© no sólo me ha traído numerosos seguidores y otras alegrías, sino que me ha revelado el insidioso partidismo que muchos de ellos denotan al hacer públicas sus manifestaciones sobre temas de actualidad, hablando de unos y de otros como si fuesen el mismísimo lobo de Caperucita.
Uno de los temas que el “candelabro” nos ha traído a noticiarios y debates nocturnos los últimos días, es la aprobación de la nueva ley de educación que empezará a implantarse en el estado español el curso 2014-2015 (si no la derogan otros… cosa frecuente), también conocida como “ley Wert” en honor a nuestro actual ministro en la materia.


El señor Wert, aparte de agitador y querer pasar a la historia con sus obras faraónicas, no difiere mucho de sus antecesores en el puesto, léase Solana, Rubalcaba o Rajoy (me pensaré incluir a la Aguirre porque ésta hizo un comedido intento por dignificar las materias humanísticas). El caso es que, en vez de preguntar a los expertos en males académicos (puede leerse padres, alumnos y profesores, responsables todos ellos -no hablo de gandules, desentendidos y otras aberraciones-), se dedican a apostar por las ideas que les surgen en momentos de lucidez (no sé dónde las tendrán, pero imaginen los más variopintos lugares), o a sus cientos de asesores (¿titulados en E.S.O. o en E.G.B.?) que, basadas/copiadas en/de otros sistemas educativos, también fracasados, de la vieja Europa intentan complicar más el asunto.


Si no me creen, piensen en la herencia de anteriores gobiernos, que sigue respetando el de hoy día… Nada se ha hablado de regular el ingreso al P.C.P.I. -un programa europeo para que vagos y maleantes obtengan la titulación obligatoria sin pegar un palo al agua y de paso hincharse a marihuana a costa de una suculenta cantidad monetaria con la que todos los contribuyentes incentivan su asistencia a clase- o, simplemente, eliminarlo del firmamento educativo (cosa imposible ya que engordar el presupuesto educativo a costa de otros y en época de escasez, viene de perlas). Nada se ha hablado de los requisitos de acceso y las condiciones para la concesión de becas y otras ayudas, una vergüenza nacional de la que viven familias cuyos hijos obtienen calificaciones paupérrimas o, sencillamente, no acuden a clase. Nada se ha hablado de la normativa que regula la repetición de cursos escolares. Nada se ha hablado de la amonestación para aquellos profesores y/o personal de atención y servicios que falten a su deber. Nada se ha hablado de una verdadera autoridad del profesorado y el respaldo administrativo y jurídico para los docentes (paños calientes, nada más). Y nada se ha hablado de esas dichosas competencias educativas y sus evaluaciones de diagnóstico que enriquecen a empresas del color imperante y que nos complican esta vida de burócratas de tiza y pizarra.
Decir con todo ello que la nueva ley no empeorará nada, porque no mejora nada, sólo complica todo: itinerarios educativos en la niñez, asignaturas para emprendedores (a ver si algún político se da de alta como autónomo…), abolición de la enseñanza clásica (Grecia y Roma, inventoras de absolutamente todo, han de estar la mar de contentas), y una formación profesional a lo escandinavo que poco tiene que ver con nuestra “soleada y frugal” naturaleza… En fin: un cero patatero.


Así que, sean críticos, reflexionen y lleguen a la conclusión de que, ni todos los lobos malos son tan malos, ni todos los lobos buenos son tan buenos. Que como bien nos dice Nadia Shireen en El Buen Lobito (Editorial Bruño, colección Cubilete): líbreme el Señor de los lobos malos…, pero también de los buenos que me llevan a su terreno.
Con una buena perspectiva metaliteraria (observen a Caperucita, su abuelita y los tres cerditos), esta fábula moderna que ofrece una nueva visión sobre el clásico lobo de los cuentos - muy amanerada y respetuosa, of course-, no termina de convencer a un villano que no podía perder su idiosincrasia de golpe y porrazo y nos augura un final bastante feroz, cosa que me encanta teniendo en cuenta que no soy muy partidario del ideario edulcorado. Algo que también debió encandilar al jurado de Bolonia, pues el librito supo ganarse sus favores.
Una delicia para reírse al principio y después, temblar.

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