Ofuscados,
es la palabra que nos define últimamente. Nos comportamos como si todo lo que
nos rodea es gris y oscuro, cubriéndonos de un halo ceniciento que imprime
sobre nuestros gestos diarios la más triste de las muecas. Quizá esa superficie
que enseñamos en clase, en la pescadería o en las reuniones familiares nos
acarrea más de una desavenencia, algo innecesario y que, no sólo afea el
rostro, sino que exuda unos vapores más nocivos que los clorofluorocarbonados
que han hecho trizas la necesaria capa de ozono.
Como
si de una carretilla de estiércol se tratase, arrastramos la vida por parques y
avenidas sin ser conscientes de que la mugre que nos nubla la visión no es más
que un espejismo al que la mente insufla vida, y a veces, hasta carne.
Cabreados hasta el tuétano y sin saber a quién le asestamos el golpe, vivimos
auto-convencidos de que lo que algunos afortunados llaman “existencia”,
nosotros denominamos “mierda”, craso error que suele traer más problemas que
alivios, y que, sinceramente, ejemplifica la estupidez de esa especie maltrecha
y depresiva llamada Homo sapiens.
Y
así pasa… Que se habla más de resiliencia (capacidad de los sistemas para
hacerle frente a los cambios) que de las preferentes, de los rescates
económicos o de la vertiginosa tasa de paro. No es de extrañar ya que muchos
predicadores, charlatanes y psicólogos han hecho un hueco a este vocablo en su
limitado vocabulario para darnos el tostón desde cadenas autonómicas (cada vez
que veo alguna me echo a llorar… ¡qué pena de impuestos!), fórmulas radiofónicas
o reuniones de vecinos.
Resumiendo:
déjense de rollos y disfruten de la vida. De que están aquí. De que pueden
comprarse una bolsa de pipas y pasarse la tarde de los domingos charlando en un
parque. De que pueden caminar y escuchar los pájaros. De que pueden levantarse
cada mañana y acudir al trabajo para aguantar a los cabrones de sus compañeros.
De que pueden tomarse un café con una pandilla de tontarras y, aun encima,
pasarlo bien. De que hay gente que todavía les regala un beso… Disfruten de todo
lo que les rodea y disipen La nube, esa
a la que se refiere Hannah Cumming (editado en castellano por Thule) cuando nos relata las
desavenencias que tiene una niña consigo misma y que no le dejan ser feliz.
Pónganse manos a la obra: destruyan esa nube negra y caprichosa. Hay muchas
cosas por las que sonreír.
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