miércoles, 12 de junio de 2013

Ofuscados consigo mismos



Ofuscados, es la palabra que nos define últimamente. Nos comportamos como si todo lo que nos rodea es gris y oscuro, cubriéndonos de un halo ceniciento que imprime sobre nuestros gestos diarios la más triste de las muecas. Quizá esa superficie que enseñamos en clase, en la pescadería o en las reuniones familiares nos acarrea más de una desavenencia, algo innecesario y que, no sólo afea el rostro, sino que exuda unos vapores más nocivos que los clorofluorocarbonados que han hecho trizas la necesaria capa de ozono.
Como si de una carretilla de estiércol se tratase, arrastramos la vida por parques y avenidas sin ser conscientes de que la mugre que nos nubla la visión no es más que un espejismo al que la mente insufla vida, y a veces, hasta carne. Cabreados hasta el tuétano y sin saber a quién le asestamos el golpe, vivimos auto-convencidos de que lo que algunos afortunados llaman “existencia”, nosotros denominamos “mierda”, craso error que suele traer más problemas que alivios, y que, sinceramente, ejemplifica la estupidez de esa especie maltrecha y depresiva llamada Homo sapiens.
Y así pasa… Que se habla más de resiliencia (capacidad de los sistemas para hacerle frente a los cambios) que de las preferentes, de los rescates económicos o de la vertiginosa tasa de paro. No es de extrañar ya que muchos predicadores, charlatanes y psicólogos han hecho un hueco a este vocablo en su limitado vocabulario para darnos el tostón desde cadenas autonómicas (cada vez que veo alguna me echo a llorar… ¡qué pena de impuestos!), fórmulas radiofónicas o reuniones de vecinos.
Resumiendo: déjense de rollos y disfruten de la vida. De que están aquí. De que pueden comprarse una bolsa de pipas y pasarse la tarde de los domingos charlando en un parque. De que pueden caminar y escuchar los pájaros. De que pueden levantarse cada mañana y acudir al trabajo para aguantar a los cabrones de sus compañeros. De que pueden tomarse un café con una pandilla de tontarras y, aun encima, pasarlo bien. De que hay gente que todavía les regala un beso… Disfruten de todo lo que les rodea y disipen La nube, esa a la que se refiere Hannah Cumming (editado en castellano por Thule) cuando nos relata las desavenencias que tiene una niña consigo misma y que no le dejan ser feliz. Pónganse manos a la obra: destruyan esa nube negra y caprichosa. Hay muchas cosas por las que sonreír.

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