Si
hay algo verdaderamente desolador en esto del amor, es querer y no poder. Sobre
todo cuando son los demás quienes lo impiden, quienes se interponen por prejuicios,
diretes y otros hábitos, a lo que surge entre dos seres humanos.
Con
frecuencia son muchos los que hablan de todo lo que no saben, los que critican de
forma gratuita a sus iguales, y los que saben más que los propios amantes. Crean
marañas de habladurías que, más que ayudar a ensalzar la poca belleza que hay
en este mundo, entorpecen y ralentizan el ritmo de los corazones, esos que, a
veces, no aguantan tanto y se rompen a
base de enmudecidos gemidos.
Escucho
día tras día cientos de chismes sobre estos, esos o aquellos… De gente a la que
ni conozco pero que debe ser muy importante para la inmensa mayoría, esa
marabunta de antropófagos que, no conformándose con su triste vida, necesitan
envidiar la de otros para consolar sus carencias románticas, locas y pasionales.
Me
compadezco de los que no dejan querer a otros que, afortunadamente, han
encontrado a alguien afín con quien compartir confidencias y caricias, tiempo y
sentimientos... Pero también lo hago de todos aquellos que se dejan llevar por
el dolor que causan la familia, los demás, o la vida misma, que no lo
destierran de su ir y venir diario, y no intentan disfrutar de los buenos momentos que
ofrece el sentirse querido.
Enfrentarse
a los problemas y luchar por lo que creemos y queremos, aunque se antoja
difícil, debe ser ejercicio y costumbre. Mantenerse firme ante lo adverso y
luchar contracorriente, es tarea sacrificada pero a la vez muy gratificante. Apelo
a la tranquilidad de la vida, al vaivén de sus movimientos, a llenarnos de los
aromas que nos traen frescura y nos mantienen lozanos, a ver el lado bueno de
las cosas, a dejar florecer todo lo bueno, a sentirlas plenamente con respeto,
hacia nosotros y hacia ellos, pero sin tapujos ni complejos.
Es
por ello que con estos dos encontrados puntos de vista, hoy, en vez de una,
traigo dos fantásticas lecturas de amor (y que siempre me he dejado en el tintero) de una misma autora, Magali Le Huche. Una es Héctor, el hombre extraordinariamente fuerte (editorial Adriana
Hidalgo, colección Pípala), que en tono de denuncia y con una callada sonrisa, insta
a olvidar los prejuicios que hacen del querer silencioso, un amor mancillado
por terceros. La otra es Berta Buenafé
está triste (editorial Flamboyant), un álbum ilustrado que habla de la soledad interiorizada y de cómo el
amor repara los corazones atormentados y trae raudales de esperanza, algo muy
necesario en los pueblos olvidados de esta desalmada España.
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