Recién
despedido el curso escolar y habiendo aparcado las ajadas mochilas, cuadernos a
medio utilizar (todavía conserva mi madre algunos de los nuestros…), desmembrado
los libros de texto, las cajas de lapiceros medio vacías, descosidos estuches, bolígrafos
sin virola, ceras carcomidas, rotuladores secos, la regla, la escuadra y el
cartabón despuntados, y un sinfín de aperos de escritura más, aquí me encuentro
ante mil documentos burocráticos que rellenar durante los próximos días (¡¡Siiii….,
créanme, todavía no hemos empezado las vacaciones…!!).
Aparte
de corregir exámenes, lo de escribir informes de evaluación, firmar actas, y preparar
las pruebas escritas de septiembre es lo que más odio (quien quiera
suscribirme, es libre de hacerlo). El mundo de la docencia está atestado de
trámites que no tienen ni pies ni cabeza, una sarta de papeleo insulso que sólo
sirve para que nefastos políticos den buena fe de su paternalismo hacia las
generaciones venideras con el beneplácito de las que van de capa caída. Hemos
convertido la escuela en un centro donde la verborrea y las fórmulas retóricas
están enterrando al saber y la libertad de cátedra, los dos auténticos pilares
sobre los que descansa la enseñanza.
También
es cierto que muchos, entre pasillos, algarabías y pizarras, se dedican a los números de circo, es decir, a rascarse el fandango y obviar su trabajo en pro de intereses personales y otros
discursos mediático... y más que enseñar, hacen que otros desaprendan (he
constatado que esto es posible), por lo que la administración, el Estado o las
entidades privadas, se inventan fórmulas para lavar la cara de estos elementos
que poniendo serio semblante y cargando con cientos de fotocopias, no hacen ni
el huevo escudándose en la poca capacidad cognitiva de sus estudiantes. Más que
informes individualizados y otr, pediría resultados, y el que no los
presente, que se vaya a segar alfalfa.
Y
para despedir un año académico que tampoco ha sido brillante y para no
olvidarnos de los que supone la alfabetización en este mundo de la tiza, aquí
les dejo ABeCeCirco, una de las
novedades de esta primavera que nos viene de la mano de Daniel Nesquens y
Alberto Gamón (editorial Anaya) y que a través de contorsionistas, domadores,
malabaristas y otros seres circenses recorren el abecedario en busca de un tren
que no han de perder… Y si alguno no tiene bastante circo pueden optar por dos
cosas: encender la tele o recorrerse las ferias que poblaran de acrobacias inverosímiles la geografía de este verano.
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