Los
argumentos de occidente, esos que comúnmente leemos, suelen tener
cierta mirada oriental cuando pretenden ser exóticos. Lo desconocido
y la lejanía son dos características que reúnen las culturas
orientales a la par que dos armas poderosas con las que impregnar de
cierto misterio las historias humanas. A pesar de que la
globalización nos ayuda a comprender de un modo más cercano estas
realidades de hombres que distan espacialmente de la nuestra, Oriente
sigue colándose en los productos culturales de occidente como fuente
de lo extraño para así dotarlas de ciertos adjetivos a los que no
estamos acostumbrados y quizás, pluralidad (que nunca está de más).
Dragones, quimonos, ideogramas, misticismo, colorido y mucha magia
ancestral llenan las páginas de nuestros películas, cuadros,
partituras y libros, lo que aquí nos ocupa.
No
debemos olvidar la universalización de la literatura japonesa en el
siglo XX y lo que llevamos del XXI con la defensa que ciertos autores
pertenecientes a la generación beat de los 50, el realismo mágico
latinoamericano (citemos a Borges) y la ultimísima sub-cultura
hipster (véase la omnipresencia de Haruki Murakami y el manga japonés en las librerías
y bibliotecas), ha hecho de ésta.
En la
literatura infantil, aunque la tendencia ha sido similar (no sólo
porque la aldea global ha hecho de las suyas mirando hacia el este),
hay que llamar la atención sobre el contenido dentro del imagiario
de los álbumes ilustrados, unos en los que las ilustraciones
incluyen símbolos, estilos y guiños propios de Oriente (se me
ocurriría citar la apuesta que hace unos años se hizo sobre la
ilustración coreana, los guiños que muchos títulos hacen de obras
clásicas del arte tradicional, las inspiración oriental que grandes
exponentes de la escuela francesa de ilustración como Rebecca
Dautremer o Benjamin Lacombe, la visibilidad de formas poéticas como
el haiku, o los formatos y encuadernaciones clásicamente niponas que
se han colado en nuestros libros para niños). No obstante, hay que
decir que podemos hablar de ejemplos puntuales y no de una verdadera
tendencia, ya que algo que juega en contra de estas simbiosis
culturales es la dificultad del pequeño lector para identificar el
mundo literario con el real a través de la mediación que realiza el
objeto “libro” entre ambos mundos.
Es
por esto que hoy les traigo dos libros ilustrados con clara
influencia oriental y con las mismas dimensiones (¡Me encantan estos
libritos estrechos y verticales! Tienen un no-sé-qué...!)... Por un
lado tenemos El armario chino otro álbum experimental
de Javier Sáez Castán -sí, sí, el del Animalario del profesor
Revillod- y publicado por Ekaré, que nos narra en azul y rojo (un
recurso muy utilizado) una historia de doble cara (me encantan los
juegos de nunca acabar) que tiene como protagonistas a un niño y un
armario muy misterioso. Por otro lado tenemos Bárbaro,
un libro de Renato Moriconi (Fondo de Cultura Económica) en
el que la imaginación se funde con la realidad para trasladarnos a
un viaje por mundos de aire asiático. Es un álbum sin palabras para
primeros lectores charlatanes y padres que dejan leer en soledad.
Así que, si no tienen un
duro para darse un garbeo por Asia y sus encantos geográficos,
naturales o humanos, echen mano de estos dos libros y disfruten del
sofá en estas tardes de lluvia que nos esperan. Que nunca está de
más viajar sin salir de casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario