Hoy me desmarco del
plantel de novedades porque me apetece hablar de uno de los libros
más extraños (para unos) y extraordinarios (para otros como yo) de
lo que llevamos de siglo, El Pes (Lóguez,
2002).
Seguramente habrán oído
todo tipo de adjetivos sobre este álbum de las autoras Hanna
Johansen (texto) y Rotraut Susanne Berner (ilustraciones), más que
nada porque su lectura no deja indiferente a nadie. Se ha llegado a
decir que en este libro se pueden encontrar numerosos discursos,
incluso algún crítico se ha atrevido a decir que habla sobre el
origen de la vida desde la perspectiva de un niño (será por esa
simbología tan acuática en la que se desarrolla la acción) pero el
caso es que un servidor ve otras muchas cosas más evidentes.
El Pes cuenta la
historia de amistad entre una niña, Dodo, y una criatura quimérica,
la que da título a este libro, mitad pez mitad persona, que recibe
como regalo el día de su cumpleaños. A pesar de su calidad estética
(N.B.: Colorido y formas se conjugan en un baile armonioso donde la
amistad y las aventuras son una excusa para el disfrute), la
narración, a mi juicio, tiene tres grandes bazas discursivas...
La primera es esa especie
de confusión entre Dodo y su madre a la hora de denominar al
supuesto “pes”. Su madre piensa que es un error de pronunciación
(debería ser “pez” en vez de “pes”), pero la niña la
corrige, es decir, asesta la primera llamada de atención a un mundo
adulto que intenta encorsetar su cosmos fantástico. ¡Bien! Empieza
la subversión.
Por otro lado también
debemos detenernos en la estructuración narrativa que se articula
sobre las escenas principales. En todas ellas se observa que la
imaginación es la generatriz de nuevos ecosistemas en los que cobran
vida varios objetos que aparecen en la habitación de Dodo (prestar
atención a la primera página del libro, esencial para comprender
todo y de composición magnífica por utilizar la barrera física entre página derecha e izquierda como divisoria entre dos espacios que en un futuro albergarán hábitats muy distintos). Se llena de mundos oníricos en el que osos polares y
pingüinos de juguete pasan a ser de carne y hueso para habitar
selvas tropicales y océanos lejanos que preceden al sueño, un
momento ideal para rendirse al juego.
Por último, hay que
llamar la atención sobre los adultos y su papel en esta historia.
Padre, madre y abuela se empeñan en romper la magia que desatan Dodo
y su nuevo amigo, tres (me encanta este número impar, tan especial y
tan utilizado en cuentos y narraciones infantiles) momentos en los
que la realidad adulta quiere hacer regresar a la niña de su
creación fantástica para irse a la cama. ¿Para qué truncar su
libertad? Me pregunto ¿Para soñar? ¿Acaso no está soñando ya?
Aunque el uso de recursos
como la desaparición de márgenes como forma de desbordamiento
narrativo está muy presente en muchos autores (les remito al Dónde
viven los monstruos de Sendak o En el desván de Oram y Kitamura) hay que terminar el paseo por este
libro tan interesante diciendo que Dodo, al contrario que otros protagonistas,
prefiere quedarse en el espacio-tiempo que le proporciona el Pes, a
regresar al lado de su familia, a una realidad que, aunque le
pertenece, no le merece. Es así como, al final, la habitación
entera, queda sumergida en la pecera, un lugar mínimo en el que, sin
embargo, no hay límites para la fantasía.
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