Cuando me enteré de que los libros que traigo hoy a la palestra
se iban a reeditar en nuestro país, casi me pongo a llorar. No sólo porque son
buenos libros sino porque son de esos libros que me acompañaron toda la
infancia. Los tenía totalmente descuajaringados de tanto pasar las páginas. Y
es que el Todos al trabajo, el Todos sobre ruedas y La vuelta al mundo de Richard Scarry (Duomo Ediciones) son de esos libros que hay que conocer sí o sí.
Excepto en una ocasión (he tenido que echar mano de la
etiquetas de la derecha, que son muchas entradas ya), no he hablado del trabajo
de este maestro del libro para niños, sobre todo en lo que a álbum informativo,
el de mayor peso en su obra, y creo que este es el momento perfecto para
resarcirse.
Aunque mucha gente tacha su obra de comercial (en cuanto
alguien firma por una gran editorial y vende, ya estamos con lo comercial),
creo que lo que Richard Scarry hizo es bastante loable (si consiguió convencer
a millones de compradores, la cosa está bastante clara).
Scarry nació en Boston, estado de Massachusetts, en 1919.
Sus padres regentaban un comercio y disfrutó de una vida normal y sin excesivas
penurias, ni tan siquiera durante la Gran Depresión. Tras terminar la educación
secundaria, se matriculó en una escuela de negocios, unos estudios que abandonó
pronto. Tras aquello ingresó en la academia del Museo de Bellas Artes de
Boston, donde permaneció hasta que fue llamado a filas para participar en la
Segunda Guerra Mundial, siendo destacado en el Norte de África y Europa como
redactor en la sección de arte de los boletines informativos de los “Moral
Services” de las Fuerzas Aliadas entre 1942 y 1946.
Tras la guerra, Scarry trabajó en el departamento artístico
de varias revistas y comienza a colaborar con algunas editoriales en el campo de
la ilustración infantiles junto a escritoras como Patricia Murphy (su futura
esposa, y con la que realizaría obras como
Good Night, Little Bear, The Bunny Book y The Fishing Cat), Margaret Wise
Brown y Kathryn Jackson.
En 1948 contrae matrimonio y un año más tarde, 1949, le
llega su gran oportunidad de la mano de Little Golden Books que publica sus dos
primeros libros, Rabbit and His Friends
y Great Big Car and Truck Book
(1951). Más tarde firma con Simon & Schuster que continua publicando unas
historias coloristas que conectan estupendamente con el pequeño lector.
La fama le llega en 1963 con la publicación de Richard Scarry’s Best Word Book Ever, su
primer superventas. Este álbum constituye un imagiario con más de 1400
elementos de la vida cotidiana protagonizado por una serie de animales
antropomorfos. Osos, conejos, gatos, cerdos, ratones y perros son los
protagonistas de un libro que, con mucho humor, se acerca al pequeño lector y
le invita a ingresar en los entresijos del mundo real desde un prisma
fantástico. Es así como el éxito de este álbum le lleva a plantearse dos
cuestiones, por un lado decide centrarse en la producción de los libros informativos,
y por otro, es un acicate para encontrar un estilo propio.
En 1965 publica Busy
Busy World (traducido como La vuelta al mundo, uno de los títulos que traemos hoy aquí), un libro de viajes por todo el mundo con gran cantidad de
medios de transporte, personajes de todos los continentes y montones de situaciones con mucho humor blanco, que no obtiene tanto éxito como el anterior pero le
servirá como detonante para dar vida años más tarde a la Busy Town, uno de sus escenarios predilectos.
En 1966 firma con Random House y dos años más tarde, en 1968,
empieza a realizar viajes a Suiza, donde finalmente adquiere un inmueble en la
pequeña localidad de Gstaad y funda su estudio en 1972. Imparable, Richard
Scarry pasa la mayor parte del día escribiendo e ilustrando libros como Todo sobre ruedas y Todos al trabajo, que sitúan la acción en la “Ciudad Laboriosa” (en
esta edición aparece traducido como “Feliciudad”), una localidad en la que
ninguno de sus habitantes para de hacer cosas y cuya fisionomía recuerda
bastante a las de los típicos pueblecitos suizos con sus casas hechas de
travesaños de madera y techos de paja (incluso hace guiños a la Swissair, la
compañía aérea estatal).
Llegados los ochenta, comienza a tener problemas de visión,
debido a una degeneración macular y empieza a abandonar su trabajo frente a la
mesa de dibujo para asesorar a las productoras que adaptarían sus historias como
series de animación (The Busy World of
Richard Scarry o The Busiest
Firefighters Eve) para la televisión, concretamente para la cadena Showtime.
Es allí, en Gstaad, donde tras enfermar de cáncer de esófago y someterse a
quimioterapia, fallece de un ataque al corazón en 1994 a la edad de 74 años.
Richard Scarry ha vendido más de 300 millones de copias de
sus trabajos en diferentes lenguas de todo el mundo (¡Y lo que le queda!), algo
que pone de manifiesto la profunda conexión con los pequeños lectores.
Aunque hoy en día su trabajo está cobrando mucha fuerza
debido al auge del álbum informativo, es un autor sobre el que ha caído la losa
de lo políticamente correcto (¡Qué hartazgo!) sufriendo la censura en varias
ocasiones. Primero debido a los roles asignados a los personajes femeninos, y
segundo por los animales que seleccionaba a la hora de representar a las
personas de raza negra y asiática (grandes simios y cerdos respectivamente).
A pesar de lo anacrónico de las visiones artísticas (un día
de estos van a prenderle fuego a La
libertad guiando al pueblo por enseñar una teta…), el trabajo de Scarry es
maravilloso por varias razones. La primera es que alejándose de libro puramente
de conocimientos, inserta en sus libros otras historias y relatos, bien de
situación, bien con cierta continuidad, que enriquecen las páginas de sus
libros. Esto favorece que los lectores identifiquen a muchos personajes como Lowly
Worm (en esta edición Serpentino), Huck el gato (sobrenombre con el que firma
Richard Scarry Jr., en honor a este personaje) o el Sergeant Murphy (Sargento
Multa) y su motocicleta roja.
La segunda es que tiene una capacidad descriptiva enorme en
sus ilustraciones. Sólo hay que ver las maquinarias y los aparejos mecánicos
que incluye en muchas de las páginas de sus obras que, a pesar de no ser
comparables a las de David Macaulay, son bastante fieles a los principios de
funcionamiento de estas y las aproximan a los pequeños lectores. Siempre quedará
grabado en mi retina el interior de ese barco lleno de ratones.
Por último cabe destacar su gran capacidad de observación y
un humor blanco que le permitió realizar asociaciones de ideas simpáticas y
curiosas que se ven reflejadas en las formas (im)posibles de los vehículos, los
nombres de los negocios o los decorados variopintos.
Lo dicho, que este autor me encanta y tienen que perderse en
sus libros. Y si no tienen bastante, siempre les quedarán sus notas y dibujos,
que se conservan en la colección de archivos de la Universidad de Connecticut.
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