lunes, 11 de noviembre de 2019

¡Que viene el lobo!


Las elecciones, sobre todo las generales, se parecen cada día más a un partido de fútbol. Son una especie de batalla campal (y virtual, que anda que no hay mítines en Twitter, Facebook e Instagram), en la que los aficionados (llamémosles por su nombre) corean todo tipo de cánticos (me abstengo de entonarlos porque ando algo jodido del garganchón). Cuando la junta electoral engancha el pito y da a conocer el resultado, todos salen a la calle. Los unos como ganadores, los otros como derrotados. Y venga, que el ritmo no pare hasta el próximo derbi.
Durante las dos últimas campañas electorales, la consigna más coreada en el campo de juego ha sido “¡Que viene el lobo!”. No sé si ha sido muy efectiva a tenor de los resultados electorales, pues creo que el efecto ha sido el contrario (creo que el “Rebota, rebota y en tu culo explota” ha sido lo que ha primado).


Yo, como ácrata que soy, estoy bastante tranquilo, no me altero ni un ápice por los resultados, pues hay que dejar que todos muestren su cara (ahora viene lo bueno), que para eso estamos en “democracia” (entrecomillo hasta que la ley electoral cambie). Las redes se han llenado del “Vota, por favor”, y la gente ha hecho caso a pesar del viento, la lluvia y el resto de meteoros.
Solo les digo: manténgase cautos, pues ni los malos son tan malos ni los buenos son tan buenos, sino todo lo contrario (como diría un gallego). No nos engañemos, porque aquí hay lobos de todo tipo. De los que se esconden bajo la piel de cordero, de los aulladores y poco mordedores, de los muertos de hambre, de los morrifinos y exquisitos, de los encrespados y también de los repeinados. También tenemos lobos de tres al cuarto, mansos y feroces, de los estrategas y solitarios, y de los que se parapetan detrás de la manada.


Si tuviera que elegir alguno ese sería el Lobo de Olivier Douzou (Fondo de Cultura Económica), un animal con mucho salero. Se lo digo porque es uno de esos libros que no para de reeditarse una y otra vez. No me extraña, pues tiene mucho que decir. Veamos… En primer lugar es un álbum pequeñito (17,5 x 17,5 cm), lo que lo hace muy manejable para los pequeños lectores. En segundo lugar cuenta como protagonista con uno de los personajes más queridos/repudiados de la Literatura Infantil clásica.
También hay que llamar la atención sobre la forma en la que el autor nos presenta la historia. A caballo entre el juego de adivinanzas, las retahílas y el ritmo cinematográfico, en cada doble página tenemos texto (página izquierda) e imagen (página derecha) donde el autor construye al personaje a modo de rompecabezas. Primero nariz, luego ojos, orejas…, así hasta completar a un lobo feroz con líneas de tinta y colores contrastados y planos.


Por último, apuntar a ese giro de tuerca sobre las tendencias alimentarias de este famoso carnívoro, algo que saca más de una sonrisa a los primeros lectores y que prefiero no desvelar, pero que ya les adelanto que lo pueden saber contemplando sus tapas peritextuales (si las abren 180º podrán ver la imagen completa y sabrán a lo que me refiero).
Espero que me hagan caso y disfruten de este lobo, pues ni los de Wall Street ni los aspirantes a la Moncloa les robarán la misma sonrisa a sus hijos.

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