Las elecciones, sobre todo las generales, se parecen cada
día más a un partido de fútbol. Son una especie de batalla campal (y virtual,
que anda que no hay mítines en Twitter, Facebook e Instagram), en la que los aficionados
(llamémosles por su nombre) corean todo tipo de cánticos (me abstengo de
entonarlos porque ando algo jodido del garganchón). Cuando la junta electoral
engancha el pito y da a conocer el resultado, todos salen a la calle. Los unos
como ganadores, los otros como derrotados. Y venga, que el ritmo no pare hasta
el próximo derbi.
Durante las dos últimas campañas electorales, la consigna
más coreada en el campo de juego ha sido “¡Que viene el lobo!”. No sé si ha
sido muy efectiva a tenor de los resultados electorales, pues creo que el
efecto ha sido el contrario (creo que el “Rebota, rebota y en tu culo explota”
ha sido lo que ha primado).
Yo, como ácrata que soy, estoy bastante tranquilo, no me
altero ni un ápice por los resultados, pues hay que dejar que todos muestren su
cara (ahora viene lo bueno), que para eso estamos en “democracia” (entrecomillo
hasta que la ley electoral cambie). Las redes se han llenado del “Vota, por
favor”, y la gente ha hecho caso a pesar del viento, la lluvia y el resto de
meteoros.
Solo les digo: manténgase cautos, pues ni los malos son tan
malos ni los buenos son tan buenos, sino todo lo contrario (como diría un
gallego). No nos engañemos, porque aquí hay lobos de todo tipo. De los que se
esconden bajo la piel de cordero, de los aulladores y poco mordedores, de los
muertos de hambre, de los morrifinos y exquisitos, de los encrespados y también
de los repeinados. También tenemos lobos de tres al cuarto, mansos y feroces,
de los estrategas y solitarios, y de los que se parapetan detrás de la manada.
Si tuviera que elegir alguno ese sería el Lobo de Olivier Douzou (Fondo de Cultura
Económica), un animal con mucho salero. Se lo digo porque es uno de esos libros
que no para de reeditarse una y otra vez. No me extraña, pues tiene mucho que
decir. Veamos… En primer lugar es un álbum pequeñito (17,5 x 17,5 cm), lo que
lo hace muy manejable para los pequeños lectores. En segundo lugar cuenta como
protagonista con uno de los personajes más queridos/repudiados de la Literatura
Infantil clásica.
También hay que llamar la atención sobre la forma en la que
el autor nos presenta la historia. A caballo entre el juego de adivinanzas, las
retahílas y el ritmo cinematográfico, en cada doble página tenemos texto
(página izquierda) e imagen (página derecha) donde el autor construye al
personaje a modo de rompecabezas. Primero nariz, luego ojos, orejas…, así hasta
completar a un lobo feroz con líneas de tinta y colores contrastados y planos.
Por último, apuntar a ese giro de tuerca sobre las
tendencias alimentarias de este famoso carnívoro, algo que saca más de una
sonrisa a los primeros lectores y que prefiero no desvelar, pero que ya les adelanto
que lo pueden saber contemplando sus tapas peritextuales (si las abren 180º
podrán ver la imagen completa y sabrán a lo que me refiero).
Espero que me hagan caso y disfruten de este lobo, pues ni
los de Wall Street ni los aspirantes a la Moncloa les robarán la misma sonrisa
a sus hijos.
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