Llegó la Navidad. Comercios hasta la bandera, calles llenas
de luces, contenedores llenos de cajas de cartón (sin jamones ni vino, claro),
sales de frutas y bicarbonato agotados, pedigüeños en cada esquina… Sí, amigos,
se armó el belén de nuevo y nada podemos hacer por remediarlo. Que sí... Ya está
aquí el Román para poner sobre la mesa la realidad..., con sus miserias
incorporadas, que la mugre siempre le imprime carácter a las cosas...
No es para menos, señoras y señores, que todo hay que tomarlo con un poco de guasa o si no la seriedad nos amarga el dulce (¡Ay, qué
hartura de empiñonadas, anguilas de mazapán y polvorones!). Y es que es difícil
el no percatarse de lo hartos que estamos de vivir (bien, of course), de tanta sobra (hasta
los perros están panzones), de tanto regalo y tanta ostia. Se lo confirmo: yo me he plantado
este año.
Y de entre todos los virus navideños, el que más enfermo me
pone es el de los compromisos, pues no teniendo bastante con bodas, bautizos y
comuniones, hacen aparición los ágapes institucionalizados y otras convenciones
sociales. ¿¡Qué es eso de de tanto mamoneo…!? Yo quiero estar con los que
quiero, con mi familia y amigos (dedos contados que ya me dan bastante faena).
No encuentro el momento de cumplir con gente que no me
inspira un aprecio real, que ni siquiera conozco ni me conoce, que son meras coincidencias
y casualidades en las que mi capacidad de elección ha tenido poco que decir. No
les negaré que me haya metido pocas juergas con compañeros de trabajo y otras
obligaciones, pero ha llegado el momento de centrarse.
Que esa vida social tan intrincada que muchos creen tener, ni
llena ni enriquece, pues la gente que quiere cumplir con todos, al final, parece
vaciarse de quien está siempre. Es paradójico como tanto café, tanta cena,
tanto viaje, tantos planes y tanta agenda están empobreciéndonos el corazón.
Es por eso que hoy les traigo un libro hermoso sobre los pequeños
momentos que compartimos con quienes nos conocen de verdad, o al menos esa es
la conclusión a la que he llegado mientras disfrutaba con Tea y Camaleón son hermanos. En este álbum de Koichiro Kashima y
María Jose Ferrada, editado por A buen paso, se habla de
muchas cosas, no sólo del estrecho vínculo que existe entre los protagonistas,
sino de la necesidad de sentirse cerca, pues entre ellos no hacen falta ni obviedades ni formalidades.
Están ahí, en la Gran Nube de Té, en mitad de un concierto,
incluso compartiendo la enfermedad. Nos susurran acerca de la familia que no es familia, de
los hermanos que no son hermanos. Nos dicen tantas cosas… Que tenemos suerte de
estar al lado de otros, que esos instantes son aunque no los veamos, que los
busquemos, que no los perdamos, que la vida es eso: delicada poesía.
2 comentarios:
Feliz Navidad Román, y gracias por esta reflexión tan cargada de verdad.
Un abrazo
Se me pasó contestarte, Rocío. Así que, como la navidad ya pasó, toca felicitarte la temprana primavera. ¡Un abrazo y gracias!
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