En este mundo que vivimos prima la celeridad. Lo queremos
todo de manera instantánea, sin espera y con mucha urgencia. Lo peor de todo es
que lo mamamos desde bien pequeños. Los niños ansían que llegue Papa Noel, los Reyes
Magos, el Black Friday, su cumpleaños, el del compañero, el carnaval, las
vacaciones y la feria de Albacete… Vivimos en un estado de expectación eterno.
Estamos todos como unas maracas, incluido mi sobrino, que
sólo saber correr (se ve que no le encuentra mucha miga a eso de caminar…). No
tenemos ningún sosiego y desesperamos en el cine y en la sala de espera del
médico (¿Habrá ido alguna vez rápida la cosa?) y en la cola de la charcutería
(¡Madre, la de fiambre que consumimos!).
Es así como surge el movimiento “slow”, uno que trata de la
lentitud y el disfrute. De la comida (que se engorda menos comiendo despacio,
oigan), de la bebida y de la piscina (si tengo poco tiempo para nadar no crean
que disfruto lo mismo). No obstante
también he de apuntar que la gente demasiado tranquila me pone un tanto
enfermo, más todavía cuando dependemos de ellos.
Y con impaciencia, ese mal que nos invade, llegamos hasta
uno de los libros que está revolucionando las librerías. No nos debe extrañar,
pues La oruga impaciente de Ross
Burach y la editorial Lata de Sal, es uno de esos espejos en el que podemos
vernos reflejados y echarnos a reír, algo que me encanta de un álbum ilustrado.
El argumento es sencillo. Una oruga más que atacada quiere convertirse en
mariposa y sigue las instrucciones de sus colegas (como sabrán, lo que toca es
fabricar el capullo y dejar que transcurra el tiempo), algo que resultará una
tarea titánica para ella.
Se imaginarán el juego que da una historia así y yo les
confirmo que es genial por muchos más motivos. En primer lugar porque el autor
da con la estructura narrativa perfecta, una que es híbrida entre el lenguaje
del cómic y el álbum (podríamos hablar de sketch también), ya que imprime mucho
dinamismo a la acción (esa especie de atropello que toda persona impaciente
sufre ante una situación de estrés). En segundo lugar es muy adecuado el estilo
cartoon y unas tintas vivas que se dirigen sobre todo al público infantil,
reclaman su atención y le imprimen un carácter de desenfado y diversión (no
todo va a ser trágico e intimista…). Por último decir que me encantan ciertos
giros que se dan de forma inesperada que buscan, sobre todo, evitar el
didactismo tan manifiesto de muchos libros infantiles y que ensalzan su crítico discurso más allá.
¡Ups, se me olvidaba…! ¿Y la protagonista? ¿Se convertirá en
mariposa? Eso sólo pueden descubrirlo si leen de cabo a rabo este fantástico
libro que recomiendo a manos llenas.
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