Uno, tres, siete, veintitrés, veinticuatro, cincuenta y
siete, ciento dos, trescientos quince… Así hasta los once mil y pico, la cifra
oficial de contagiados por el coronavirus (no les voy a decir la estimada por
algunos epidemiólogos para no asustarles, aunque debería). La mayor parte de
nosotros no creía que esto fuera a suceder tan pronto pero ya ven que la
realidad supera a la estadística y una vez más los españoles nos hemos superado
(esta vez en lo malo). También les digo que cifras muchos más elevadas debemos
de esperar para dentro de una semana, así que ya saben: en casita y sin dar por
culo en urgencias para que la cosa se ralentice una miaja.
Y ya que nos hemos puesto muy serios contando (bueno, los
políticos no, ya saben que ellos eso de la aritmética lo llevan muy mal, tanto
para los millones que chorizan, como para el número de parados), dejémonos de
cosas poco agradables y vayamos enumerando otras que nos arranquen una sonrisa,
que ya les prometí construir un oasis de positivismo en esta casa de los
monstruos.
En esta cuarentena me he propuesto contar los volúmenes que
forman mi biblioteca. No se crean que va a ser una tarea fácil pues están
desperdigados por todos los rincones de la casa, algunos por el trastero, otros
los he ido repartiendo por casa de mis padres, de mi hermana y de algunos
amigos. Así que tendré que hacer un contaje en diferido. (N.B.: Hagan apuestas
en los comentarios y quien más se aproxime a la cifra final, tendrá regalito).
Tampoco estaría mal contar los lápices que tengo (siento
verdadera pasión por estos útiles de escritura). De grafito, de distintas
durezas, de colores, acuarelables, pasteles, sanguina… Sin contar portaminas, tengo
todo tipo de lápices. Y se preguntarán “¿Para qué?” Pues para cuarentenas como
esta en las que hay que retomar ciertas aficiones y sacarle un poco de color a
la vida, no caer en el aburrimiento más absoluto y ejercitar un poco el dibujo.
Flores, tenedores, galletas, calzoncillos, pares de zapatos,
camisetas, bombillas, latas de cerveza, clavos, chinchetas, clips, pintalabios,
pliegos de herbario, minerales, fósiles, rollos de papel higiénico o bolsas de
plástico. Cualquier cosa es buena para entretenernos estos días y saber cuál es
nuestra debilidad más grande. Y así, un número tras otro, llego hasta uno de
esos libros que te roba una sonrisa, no sólo porque esconde cosas muy bellas
dentro, sino porque supone un juego matemático.
Un millón de puntos
de Sven Völker (editorial Océano Travesía) fue elegido uno de los mejores
álbumes infantiles del 2019 por el tándem The New York Times y la New York
Public Library (ya saben lo que se prodiga esta lista entre los monstruos),
algo que se debe a una puesta en escena muy colorista y llamativa donde el
diseño y los primeros planos tienen mucho que decir, así como en el significado
poco evidente de las ilustraciones.
Esto hace que además del juego que supone poder contar los
puntos que aparecen en cada doble página (cada vez que pasamos página nos
encontramos el doble) y dar fe de la suma que se nos presenta, establece otro
aspecto lúdico preguntando al espectador la solución a esas adivinanzas sutiles
que invitan a conocer el mundo desde perspectivas desconocidas.
Con sorpresa incluida al final, creo que no se lo pueden
perder.
3 comentarios:
Venga....vamos a jugar...yo digo que puedes tener alrededor de....400!
A ver si hay suerte!
Gela Inocencio
Sigo contando y colocando... En breve, ¡la respuesta! ¡Un besico, Gela!
Máááás, yo creo que sobre 800, por lo menos!
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