Tras un fin de semana plagado de sinsabores y mucha reflexión, llegó el momento de destripar Veneno, la serie de moda. Sí, señores, a pesar de mis reticencias iniciales, me la he zampado con torreznos y, después de asentar los sabores percibidos, me hallo preparado para la crítica.
En primer lugar, y a pesar de toda la cera que le han dado, decir que para mí es un biopic más, un telefilme de temática a la española que visibiliza gran parte de la vida de Cristina Ortiz, La Veneno, personaje público y famosa colaboradora televisiva de los años 90. Por supuesto que la fórmula es resultona y, a base de morbo y drama (recursos narrativos muy manidos en estas producciones), logra atrapar al espectador y pasamos el rato. Se podrían destacar montaje, fotografía, casting y alguna interpretación, pero de ahí a equipararla con alegatos maravillosos del transgénero como Hedwig and the Angry Inch, Paris Is Burning, I Hate New York, Transamerica, Una chica maravillosa, Boys Don't Cry o Girl, hay un trecho.
En segundo lugar me llama mucho la atención su mensaje empobrecido y homo-normativo, uno que se dirige a un público potencial donde la autocompasión, el victimismo y la idolatría siempre funcionan. Por si esto fuera poco, los Javis, expertos en el reduccionismo discursivo y el sentimentalismo pedagógico, se ceban en lanzarnos pedos de colores (ni Mr. Wonderful...) sobre lo bella (pero triste) que es la vida; vendernos una moto que interesa en tiempos de libertad políticamente correcta (¿Será eso libertad?) y hacerle el trabajo mediático a los de turno.
Por último, lo más peliagudo. A excepción del reconocimiento público, es una serie que no hace justicia a la persona de Cristina La Veneno. Reduce a cenizas una idiosincrasia controvertida, paradójica y draconiana que, lejos de erigirse sobre su propia complejidad (ella era un monstruo extraordinario), solo sabe eliminar todo un trasfondo de capas narrativas en pro de cierto deje lacrimógeno y barriobajero que le hacen flaco favor a su recuerdo.
A veces me pregunto si lo auténtico, como dice el vulgo, tiene que ver con ser diferente o, sin embargo, ser más humano que el resto. Quizá no consiste en decir o hacer lo que te dé la gana (que también), sino en sentirse libre, lejos de ismos y otras prebendas, en construir un universo propio que pueda hacerse extensivo a cualquiera sea este enano, cayetana o estrella del rock. Porque la humanidad, lejos de toda mitología, siempre queda.
Y si no encuentran ejemplos, les presto los de ¡Así soy yo! (Ediciones Modernas El Embudo), un compendio de reflexiones infantiles de la mano de Pía y su madre, Juliana Salcedo, que, a pesar de nacer de lo absurdo, son tan genuinas, como explosivas (dan para una buena sesión de filosofía básica). Porque el ir y el devenir no beben de lo evidente, sino más bien de leer entre líneas, algo que también marcó la leyenda de la gran Cristina...
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