Jueves Lardero y yo con estas pintas. Para un año que parece que el carnaval asoma la cabeza, me ha pillado en bragas. Que bien pensado, “mi-no-entender” a cuento de qué se ha dejado de celebrar esta fiesta tan callejera. Ni siquiera durante la Guerra Civil los gaditanos permitieron que se la robaran. Y mira que Franco era malvado. Pero claro, ahora con la salud pública y el miedo infundado, nos tienen cogidos por los huevos.
Yo, como siempre, animo a la desobediencia y la risa, que ambas son cosas muy sanas. No me irán a decir que se han metido varios cócteles de genes por el cuerpo y ahora se echan a temblar por una fiesta al aire libre, máxime con este tiempo que el cambio climático nos está regalando.
De todos modos, ¿qué más da? Si nuestro día a día ya es un carnaval. Mis alumnos no se quitan la mascarilla ni en el patio. “Que si me da vergüenza enseñar los granos” “Mi nuevo rimmel luce divinamente” “Me veo mucho más guapo” “Así puedo comer chicle cuando quiera” “Lo mejor de todo es decirle hijo-de-puta al profesor por lo bajo”... Occidente ha encontrado su burka y auguro que será difícil de erradicar. Welcome to Paradise: los nuevos totalitarismos sanitarios.
Lo que me tiene en ascuas es si las autoridades de toda índole (ahora, hasta las asociaciones de vecinos lo son) recomendarán el uso de mascarilla sobre caretas y disfraces. Sería el summum de la estulticia, pero viendo cómo se las están gastando desde hace dos años, creo que nos quedan muchas cosas por ver.
Espero que a todos estos les dediquen alguna chirigota, de esas que hacen murga y sangre, para que sean recordados como caudillos sanitarios, que si no, hasta Don Carnal se va a volver buenista y toda esperanza de cambiar el mundo quedará perdida entre la esclavitud y esta velada ignonimia.
Yo sigo con mi rollo, Abraham Remy Charlip y Una fiesta de disfraces, un libro que tiene embelesado. Publicado hace un par de años por Lata de Sal, esa editorial con una colección vintage que es canela fina, este librito apaisado llegó a nuestras librerías de manera muy desapercibida, y aquí me tienen, dándole aire y vida.
En esta historia de disfraces improvisados y sueños encandenados, el autor francés se divierte instándonos al juego de pasar página. Sí, a ese tan estupendo que propone todo libro para descubrir cómo los diferentes personajes son capaces de darle rienda suelta a la imaginación y fabricarse un disfraz con cualquier cosa. Aunque unos se intuyen más que los otros (mi favorito es el del elefante), todos son estupendos para terminar en torno a eso con lo que empieza la narración y hacerla redonda.
Si no habéis tenido bastante con estas adivinanzas seguro que en los días venideros tenéis muy buenas opciones para disfrutar de disfraces fantásticos, descubrir amigos tras el antifaz y cultivar la fantasía, esa por la que siempre merece la pena luchar.
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