Siento cierta envidia por aquellos que pueden ver una película de miedo y no botar del susto. Reconozco que yo soy incapaz. Teniendo en cuenta mi naturaleza nerviosa, los sobresaltos me son contraproducentes.
Con esto no quiero decir que no haya visto alguna. Recuerdo Los pájaros, Psicosis, El exorcista, La semilla del diablo, El resplandor, La matanza de Texas, El proyecto de la bruja de Blair, Saw, Babadook o [REC]. Pero esto no quiere decir que haya disfrutado, sino más bien lo contrario.
Algo parecido me sucede con el thriller, otro género del séptimo arte donde la incertidumbre y las sorpresas son elementos muy característicos, sobre todo en thriller psicológicos como el Funny Games de Haneke. Sí, mucha tensión y respiración contenida.
A pesar de todo esto no se crean que la noche me da miedo (si llevo unas cervezas encima, todavía menos), ni tampoco se me sale el corazón por la boca si alguien se pone a hacer el mono con la ouija. Tengo cierto respeto a los fenómenos de ultratumba pero soy inmune a los fantasmas, sobre todo si visten con gaviotas, cocodrilos y caballacos, y siempre y cuando no quieran hacerme daño. Que la cosa está muy mal y aquí quiere ser alguien hasta el más pringao.
Sí, lo han adivinado, hoy la cosa va de espíritus y otras almas errantes. Hay un fantasma en esta casa es el título de la nueva invención de Oliver Jeffers, una obra editada por Andana donde hay mucha disyunción narrativa, diversas cuestiones técnicas y un juego interactivo.
El hilo argumental de este álbum consiste en una visita guiada por una casa antigua gracias a la amabilidad de su protagonista, una niña que bien podría parecer ese fantasma del que nos habla el título. Pero no, a los fantasmas los vamos descubriendo poco a poco, cuando jugamos con unas páginas de papel vegetal que se intercalan entre las dobles páginas.
Si bien es cierto que este recurso ha sido utilizado por autores como Bruno Munari o Beatrice Alemagna, en esta ocasión adquiere un papel discursivo diferente donde camuflaje y descubrimiento tienen mucho que decir en el aspecto lúdico de la obra. Tras pasar unas cuantas páginas, el lector-espectador se da cuenta de qué va la vaina y se sumerge en una propuesta que tiene dos funciones. Por un lado, el puede ver los fantasmas que no ve la protagonista (¿A qué sabe el triunfo?), y por otro, se convierte en un auténtico cazafantasmas.
Alejado de ese discurso intimista y un tanto dulzón al que nos tenía acostumbrados durante los últimos años, Jeffers regresa a sus divertimentos tomando como escenario el collage digital. Gracias a un buen puñado de catálogos inmobiliarios de finales del XIX y XX que ha ido coleccionando durante todos estos años, utiliza espacios reales para una historia ficticia, al mismo tiempo que logra ambientarla maravillosamente (Nota: A todos los arquitectos y decoradores que tengan curiosidad, solo tienen que acercarse a la página de créditos donde encontrarán las referencias con pelos y señales).
No hay comentarios:
Publicar un comentario