Si bien es cierto que mi carácter beligerante viene de serie, también lo es que he ido madurándolo, enriqueciéndolo y acoplándolo a lo largo de los años gracias a muchas vicisitudes. Desde bien pequeño me he topado con situaciones poco agradables. Unas las he esquivado como he podido, y a otras les he tenido que echar un par de narices.
El resultado siempre era el mismo: ni ganaba, ni perdía, sino todo lo contrario. Como bien sabrán ustedes, la vida no es tan fácil como nos la pintan y no todo se resume en el marcador. Entran en juego muchos factores que modelan las circunstancias a su antojo y no hay más tu tía que encontrar la homeostasis.
Desde los medios de comunicación parece que solo existen dos cosas: vencer o caer derrotado. Pero la experiencia nos enseña que las versiones bélicas son inútiles en un mundo lleno de matices.
“Échale un pulso al acoso escolar” o “Hay que golear al cáncer” son algunos de los eslóganes con los que nos bombardean a diario. ¿Para qué? Lo interesante es proveernos de una serie de herramientas que nos ayuden a la subsistencia, esa palabra que muchos quieren desterrar del vocabulario.
Si señores. Yo soy un superviviente porque he aprendido a gestionar el fracaso, uno muy necesario. No he caído en la pataleta, ni en el llanto, ni en la autocompasión, ni en el victimismo. La venganza se la cedo a otros. Canalizo las acciones hacia lo productivo. Me desligo de lo tóxico y dañino. Considero a los que me quieren. Y ensalzo el buen humor pese a todo.
Repito: ni he ganado, ni he perdido. Solo he seguido volando entre los días con mucho alivio. Y así, entre unas cosas y otras, llegamos a Mariposa, el álbum de Marc Majewski que acaba de publicar Ekaré en este principio de primavera y que tan buena acogida está teniendo por parte del público de distintos países.
El argumento es sencillo. Un crío estusiasmado con las mariposas (no me extraña, son increíblemente hermosas), se prepara un par de alas gigantes y se lanza al campo con ellas, cuando de repente, un grupo de chavales echan a perder su particular fiesta. Se enfada con su disfraz y consigo mismo hasta que su padre acude para echarle un cable.
Para mi gusto, esta historia intimista y llena de colorido que algunos han querido incluir en el corpus literario dedicado al bullying o el universo LGTBI, tiene otros niveles de lectura muy interesantes.
Lejos de lo iconográfico (¡Mariposones del mundo, uníos!), este álbum también tiene que ver con la resiliencia y con los deseos infantiles truncados. También me encanta esa comunión con la naturaleza, una vía de autoconocimiento, un acicate para el disfrute y el jolgorio al alcance de cualquiera. No hay que olvidarse de la figura paterna, la representación de la institución familiar que adquiere una dimensión necesaria en la que, lejos de sentimentalismos, empuja a lo necesario y ayuda a crear un nuevo orden.
Bonito, muy bonito. Como las mariposas. Como yo. Que seguimos volando.
1 comentario:
Exactamente! Yo también me enamoré de este album, y veo como tú muchas lecturas más profundas, sobre el deseo de ser uno con la naturaleza, sobre resistencia, sobre atreverse a ser diferente (pero no desde ninguna "agenda" particular). Gracias por tu reseña tan auténtica.
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