No les miento si les digo que me gusta bailar. A mi manera, por supuesto, que eso de memorizar pasos y otras triquiñuelas no es lo mío. Bastante tengo con aprenderme los nombres de mis ciento cincuenta alumnos anuales, como para invertir las pocas neuronas que me quedan en juegos de cadera y piruetas varias.
Siento envidia sana de bailarines profesionales y amateur que se ponen frente al espejo y practican una y otra vez para sacar adelante una coreografía completa. Toda una hazaña, pues el bailoteo no solo tiene que ver con lo innato del ritmo, sino con la constancia.
Lo mío es la improvisación a la luz de la luna o el calor del lorenzo. Verbenas y fiestas patronales, festivales de todo tipo y charangas. Cualquier momento en el que suene la música popular es ideal para que mis entrañas se aviven como cucarachas y enloquecer al ritmo del verano y una pomada menorquina.
Solo nos queda subir el volumen y empezar a mover los pies como el protagonista del álbum de hoy. Publicado por primera vez en nuestro país, El lago de los chanchos es uno de esos libros que no deja indiferente. No es para menos teniendo en cuenta que fue creado por James Marshall y Maurice Sendak, dos pesos pesados de la Literatura Infantil que siempre saben abrir nuevos senderos en esto de los libros para críos.
Partiendo de los personajes del cuento de los tres cerditos, los autores se inventan una historia con mucho humor en la que un lobo decadente que se halla paseando por un vecindario desconocido, descubre a un montón de cerdos que se internan en un teatro para disfrutar de la danza. Este los sigue y, quedando maravillado por el espectáculo, va transformando día tras día su hambre canina por un hambre artística.
Lo paródico se desata en unos bailarines que, alejados de los estereotipos, mueven sus lorzas sobre el escenario al ritmo de una versión del conocido lago de los cisnes de Tchaikovsky. Todo sucede en unas imágenes que se llenan de detalles barrocos, de guiños al mundo del espectáculo, a las reminiscencias clásicas y al trajín entre bambalinas.
El cerdo, ese alter ego elegido por Sendak como semblanza a sus últimos años de vida (echarle un ojo a Chancho-Pancho), es el animal que transformará al lobo, clásico villano y sin ningún tipo de instrucción, en aficionado a otra de sus pasiones, el ballet. Tanto fue así que Sendak participó en el diseño de vestuario y decorados de algunas producciones, como por ejemplo El cascanueces.
Si bien es cierto que yo hubiera prescindido de ciertos americanismos, hay que mencionar el gran trabajo de traducción que se ha hecho en una obra repleta de juegos de palabras y referencias bien difíciles de traducir a nuestro idioma.
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