El regreso a la realidad después de un par de semanas de asueto, se hace arduo. Es la cuesta de enero particular de todos los que enseñamos. El ajetreo en las aulas y el ruido escolar chocan con este remanso de ¿paz? navideño. Todavía no sé ni qué unidad didáctica comenzar… Después de unos resultados “sorprendentes” con el tema sobre el aparato digestivo y su funcionamiento, no tengo fuerzas ni ganas para comenzar con la anatomía y la fisiología del sistema respiratorio… Es sorprendente la poca lógica y capacidad de observación que guardan algunos en esa protuberancia anterior denominada cabeza. Son varios los ejemplos que podemos encontrar de esa falta de interés, véase el del alumno que piensa que el ser humano es capaz de defecar por la boca, desafiando a la ley de la gravedad terrestre, o el caso de la alumna que, además de un gran desorden cerebral, enumera los órganos del aparato digestivo siguiendo una ruta alternativa: la comida entra por el estómago, atraviesa el intestino grueso, posteriormente es digerida por los dientes y el esófago y continua por el intestino delgado, para excretar las heces por la uretra (solapamiento con otro aparato, el excretor)… Lo que todavía me pregunto es para qué utilizará dicha alumna las zonas más visibles de este sistema, es decir, la boca y el ano. Sólo puedo esbozar una sonrisa, orarle a los más altos estamentos de la fe y sentirme satisfecho con mi labor docente (la frustración, la tristeza y la flagelación no caben en mis principios como maestro).
He pensado en la posibilidad de, como colofón a tan digestivo tema, leerles dos títulos, muy digeribles, graciosos y de rigor científico, para que, al menos, caigan en la cuenta de que, comer, comemos gloria, pero cagar, cagamos mierda (Nota para aprensivos: muchos prefieren la propiedad en el habla a la efectividad y por ello “defecan heces”, otros utilizamos el poder llamativo del vulgarismo y “cagamos mierda”). Me refiero a Cuentas de elefante, de Helme Heine (recientemente editado por la editorial Fondo de Cultura Económica) y a todo un clásico, El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza, la obra maestra de Wolf Erlbruch (en próximas entregas hablaremos más de su obra) y Werner Holzwarth.
El primero nos cuenta los avatares de un elefante muy curioso, que además de ser gran aficionado a la aritmética es capaz de experimentar con su propio organismo la mismísima ley de la Entropía (física pura y dura) a base de “jiñar” y “jiñar”.
He pensado en la posibilidad de, como colofón a tan digestivo tema, leerles dos títulos, muy digeribles, graciosos y de rigor científico, para que, al menos, caigan en la cuenta de que, comer, comemos gloria, pero cagar, cagamos mierda (Nota para aprensivos: muchos prefieren la propiedad en el habla a la efectividad y por ello “defecan heces”, otros utilizamos el poder llamativo del vulgarismo y “cagamos mierda”). Me refiero a Cuentas de elefante, de Helme Heine (recientemente editado por la editorial Fondo de Cultura Económica) y a todo un clásico, El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza, la obra maestra de Wolf Erlbruch (en próximas entregas hablaremos más de su obra) y Werner Holzwarth.
El primero nos cuenta los avatares de un elefante muy curioso, que además de ser gran aficionado a la aritmética es capaz de experimentar con su propio organismo la mismísima ley de la Entropía (física pura y dura) a base de “jiñar” y “jiñar”.
El topo… es una gran lección de excrementos, sus tipos, formas y colores, una investigación de campo en toda regla que tiene su comienzo con una desagradable sorpresa para la que el topo, su protagonista, busca un culpable… y una venganza de gran satisfacción. Imprescindibles.
Voy a disfrutar de una gran pitanza, y luego ya veremos…
Voy a disfrutar de una gran pitanza, y luego ya veremos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario