Hace unos días terminé uno de esos libros que le dejan a uno cierto regusto a tristeza en las papilas, las de la lengua (les aviso que mi sentido del gusto está al cien por cien desde que dejé de fumar como un carretero). Creo que esta sensación impregnó mucho más el paladar dado el estado melancólico que arrastro desde hace un tiempo (no se preocupen, será el guaraná). Si a esto unimos la entrecomillada desfachatez del autor por narrarnos unas anécdotas divertidísimas acontecidas en su infancia (N.B.: Como curiosidad y como bien apuntaba Rosa, mi querida lectora, decirles que en este libro se desvela en qué se inspiró Dahl para escribir Charlie y la fábrica de chocolate), para finalizar con ciertos párrafos cargados de una sinceridad aplastantemente humana, pues uno se deshace… Y dejándome de intrigas y otros intríngulis, les hago saber que Boy. Relatos de la infancia de Roald Dahl, es un libro extremadamente recomendado para todos los que quieran conocer el lado más real y humano de un autor que tanta fantasía nos ha regalado con obras como Matilda, James y el melocotón gigante o Las brujas. Una buena lectura para aquellos adultos, esos monstruos dormidos que añoran las correrías del pasado, o para adolescentes en ciernes que dejan a un lado las puertas de la escuela y se adentran al mundo adulto.
Puesto que me lo he leído en la lengua original (inglés), les traduciré unos renglones (esperó hacerlo correctamente, o si no…) dedicados a la labor del escritor que, como todos, también es humano...
La vida del escritor es un absoluto infierno comparada con la vida del hombre de negocios. El escritor tiene que obligarse a trabajar. Tiene que trabajar por sí solo y, si no acude a sentarse al escritorio, nadie lo forzará a ello. Si es autor de obras de ficción vive en un mundo de temores. Cada nuevo día exige nuevas ideas y jamás puede estar seguro de que se le vayan a ocurrir. Dos horas escribiendo dejan a este escritor de ficción absolutamente exhausto. Durante estas dos horas ha estado a leguas de distancia, ha sido otra persona, en un lugar distinto, con gente totalmente diferente, y el esfuerzo de volver al entorno habitual es muy grande. Es casi una conmoción. El escritor sale de su cuarto de trabajo como aturdido. Le apetece un trago. Lo necesita. Es un hecho que casi todos los autores de ficción beben más whisky del que les conviene para su salud. Lo hacen para darse fe, esperanza y ánimo. Es un insensato el que se empeña en ser escritor. Su única compensación es la libertad absoluta. No tiene quien le mande, salvo su propio espíritu, y eso, estoy seguro, es lo que le tienta.
Puesto que me lo he leído en la lengua original (inglés), les traduciré unos renglones (esperó hacerlo correctamente, o si no…) dedicados a la labor del escritor que, como todos, también es humano...
La vida del escritor es un absoluto infierno comparada con la vida del hombre de negocios. El escritor tiene que obligarse a trabajar. Tiene que trabajar por sí solo y, si no acude a sentarse al escritorio, nadie lo forzará a ello. Si es autor de obras de ficción vive en un mundo de temores. Cada nuevo día exige nuevas ideas y jamás puede estar seguro de que se le vayan a ocurrir. Dos horas escribiendo dejan a este escritor de ficción absolutamente exhausto. Durante estas dos horas ha estado a leguas de distancia, ha sido otra persona, en un lugar distinto, con gente totalmente diferente, y el esfuerzo de volver al entorno habitual es muy grande. Es casi una conmoción. El escritor sale de su cuarto de trabajo como aturdido. Le apetece un trago. Lo necesita. Es un hecho que casi todos los autores de ficción beben más whisky del que les conviene para su salud. Lo hacen para darse fe, esperanza y ánimo. Es un insensato el que se empeña en ser escritor. Su única compensación es la libertad absoluta. No tiene quien le mande, salvo su propio espíritu, y eso, estoy seguro, es lo que le tienta.
1 comentario:
Acabo de terminar de leerlo, y me ha gustado mucho. Aunque yo creo que, por no escribir una autobiografía como tal, ha seleccionado las anecdotas. Imagino que tuvo que tener miles. La mejor: la de la lagartija...
GRacias de nuevo por la recomendación. Dahl es genial hasta contando anécdotas tristes. Saluditos, Miriam
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