Llega el año nuevo y, pese a que durante los últimos minutos del pasado año nos hartamos de uvas y deseos positivos, con él afloran todas las miserias: la consabida cuesta de enero, toda la basura que nos quieren endilgar en las rebajas, los cientos de coleccionables con los que nos bombardean las editoriales y, por supuesto, los procedimientos milagrosos para dejar de una vez por todas el tabaco (¿Acaso pensaban que iba a pasar por alto la maravillosa oportunidad que el gobierno, en su afán por domesticarnos, le brinda a mi sucia mente?).
En su pubertad y como cualquier hijo de vecino, al Román le dio por fumar. Bien por resultar más adulto, bien por imbecilidad, con catorce años me compré un paquete de Celtas Largos Extra emboquillados. Y me lo fumé. Así estuve hasta el 2004, año en el que, tras echarle mucho vicio y dejarme demasiados billetes en los estancos, que es lo que más jode -a priori, después vienen los enfisemas, las bronquitis crónicas y los carcinomas, que dan por culo más y mejor-, abandoné este hábito poco honroso … Recuerdo aquella época de fumador empedernido como el festival de las toses, los gargajos, esputos de todos los colores, afonía, tez cetrina, ronquidos, catarros espantosos y otras “delicias” derivadas de la nicotina, el alquitrán y el dióxido y monóxido de carbono. Así que, después de dejar que por un oído me entrasen y por otro me saliesen las peroratas de mi madre, mi padre, mi abuela, el médico y las campañas contra el tabaquismo, lo dejé de “motu propio” (voluntad y no más, damas y caballeros: como todo en la vida.).
Los vicios, bien sean caninos, felinos, filiales (¡Hay que ver el vicio que le echan algunos a sus hijos! ¡Unos tanto y otros tan poco!...), telefónicos o lectores, son personales e intransferibles -quien diga lo contrario, miente-, por lo que Dios me libre de meter las narices en los vicios de otros…, mientras no me salpiquen. Y cuando lo hagan, a título personal le haré la queja oportuna esperando que atienda a razones y apague el cigarro. En el caso de no hacerlo, ya acudiré a la comisaría a ver como se ríen en mis narices mientras relleno la oportuna denuncia y me doy por satisfecho al haber contribuido al perfecto funcionamiento del estado de derecho siendo un chivato (¡Qué cosa más fea!) más del régimen que impera en este país y dando pábulo a la doble moral de un gobierno que en vez de prohibir la venta y consumo de los vicios insanos se hincha a costa de los impuestos indirectos y las sanciones que pretende imponer a hosteleros y fumadores… ¡Bien podría proponer una desgravación fiscal a los que no fumamos, que aparte de chupar el humo de otros y cargar con los costes sanitarios que se derivan de las afecciones relacionadas con la Nicotiniana tabacum, nos piden ejercer de mamporreros en una guerra civil de poca monta! ¡Anda y que les den!
Y si quieren dejar de fumar espero que los Reyes Magos les traigan unas sesiones de acupuntura, parches de nicotina, meditación tántrica o el último libro pop-up de Robert Sabuda y Matthew Reinhart, Hadas y otros seres mágicos (SM) por si algún ser sobrenatural, léase unicornio, gnomo o hada puede echarles una mano en tan dura tarea.
En su pubertad y como cualquier hijo de vecino, al Román le dio por fumar. Bien por resultar más adulto, bien por imbecilidad, con catorce años me compré un paquete de Celtas Largos Extra emboquillados. Y me lo fumé. Así estuve hasta el 2004, año en el que, tras echarle mucho vicio y dejarme demasiados billetes en los estancos, que es lo que más jode -a priori, después vienen los enfisemas, las bronquitis crónicas y los carcinomas, que dan por culo más y mejor-, abandoné este hábito poco honroso … Recuerdo aquella época de fumador empedernido como el festival de las toses, los gargajos, esputos de todos los colores, afonía, tez cetrina, ronquidos, catarros espantosos y otras “delicias” derivadas de la nicotina, el alquitrán y el dióxido y monóxido de carbono. Así que, después de dejar que por un oído me entrasen y por otro me saliesen las peroratas de mi madre, mi padre, mi abuela, el médico y las campañas contra el tabaquismo, lo dejé de “motu propio” (voluntad y no más, damas y caballeros: como todo en la vida.).
Los vicios, bien sean caninos, felinos, filiales (¡Hay que ver el vicio que le echan algunos a sus hijos! ¡Unos tanto y otros tan poco!...), telefónicos o lectores, son personales e intransferibles -quien diga lo contrario, miente-, por lo que Dios me libre de meter las narices en los vicios de otros…, mientras no me salpiquen. Y cuando lo hagan, a título personal le haré la queja oportuna esperando que atienda a razones y apague el cigarro. En el caso de no hacerlo, ya acudiré a la comisaría a ver como se ríen en mis narices mientras relleno la oportuna denuncia y me doy por satisfecho al haber contribuido al perfecto funcionamiento del estado de derecho siendo un chivato (¡Qué cosa más fea!) más del régimen que impera en este país y dando pábulo a la doble moral de un gobierno que en vez de prohibir la venta y consumo de los vicios insanos se hincha a costa de los impuestos indirectos y las sanciones que pretende imponer a hosteleros y fumadores… ¡Bien podría proponer una desgravación fiscal a los que no fumamos, que aparte de chupar el humo de otros y cargar con los costes sanitarios que se derivan de las afecciones relacionadas con la Nicotiniana tabacum, nos piden ejercer de mamporreros en una guerra civil de poca monta! ¡Anda y que les den!
Y si quieren dejar de fumar espero que los Reyes Magos les traigan unas sesiones de acupuntura, parches de nicotina, meditación tántrica o el último libro pop-up de Robert Sabuda y Matthew Reinhart, Hadas y otros seres mágicos (SM) por si algún ser sobrenatural, léase unicornio, gnomo o hada puede echarles una mano en tan dura tarea.
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