Además de un hecho demostrable, para establecer una teoría necesitamos establecer un consenso, cosa demasiado difícil en los tiempos que corren, ya que sobre este suelo pisamos algunos que nos dedicamos a joder la marrana todo el santo día. No sé si dicha particularidad será buena o mala, pero el caso es que disfruto mucho apoltronándome en esta postura tan mía.
Poner en duda las normas y paradigmas establecidos es un buen ejercicio crítico, pero a un mismo tiempo no deja avanzar al pensamiento de cualquier materia. Ea, el revisionismo es así, y para demostrarlo me voy a marcar una disertación sobre el libro de conocimientos, que da mucho juego…
Como bien dice el nombre de este blog, dedico los días a reseñar obras de literatura infantil y juvenil, LIJ, concepto que necesita una definición… Acudo al diccionario de la Real Academia y leo: “Arte que emplea como medio de expresión a una lengua”. A lo que añado “realizado por y/o para el público infantil y/o juvenil” para hacer más completo el acercamiento. Ahora bien: ¿se considera literatura a cualquier libro?... Académicamente, no. Un libro no es un concepto abstracto, es un objeto (no especifiquemos el material porque si he de decidirme entre el papiro, el papel, el pergamino o el silicio, puedo volverme majareta) que contiene información codificada en un lenguaje –lingüístico, gráfico o numérico, por ejemplo-. Tanto academicismo por mi parte no quiere decir que, como el resto de los mortales, no relacione al libro con la literatura: siempre existirá tal comunión -por los siglos de los siglos, amén-, pero sí he de notar que esa literatura “sensu stricto” se ha quedado muy obsoleta (¡bibliotecarios del mundo, no os rasguéis las vestiduras… que hace frío!) a la hora de incluir libros como los que aquí se reseñan, es decir, volúmenes llenos de imágenes que también hablan, que acompañan a la letra impresa, que ayudan a la comprensión y que cuentan la misma u otra realidad.
El caso más peliagudo son los llamados libros de conocimientos, obras que aúnan el formato literario con el aprendizaje, libros de texto con formato divertido -pop-up, juegos o ilustraciones- que pretenden enseñar un porrón de conceptos. He aquí la polémica: ¿puede integrarse cualquier libro en la categoría de literatura infantil y juvenil?
Y mientras discurren, les dejo con un libro de conocimientos sobre la vida cotidiana para primeros lectores que me ha encantado, Mis pequeños tesoros de Édouard Manceau (editorial SM), y un pensamiento: ¿La aceptación del público y el éxito de ventas podrían bastar para integrar a la pornografía en el cine canónico?
Poner en duda las normas y paradigmas establecidos es un buen ejercicio crítico, pero a un mismo tiempo no deja avanzar al pensamiento de cualquier materia. Ea, el revisionismo es así, y para demostrarlo me voy a marcar una disertación sobre el libro de conocimientos, que da mucho juego…
Como bien dice el nombre de este blog, dedico los días a reseñar obras de literatura infantil y juvenil, LIJ, concepto que necesita una definición… Acudo al diccionario de la Real Academia y leo: “Arte que emplea como medio de expresión a una lengua”. A lo que añado “realizado por y/o para el público infantil y/o juvenil” para hacer más completo el acercamiento. Ahora bien: ¿se considera literatura a cualquier libro?... Académicamente, no. Un libro no es un concepto abstracto, es un objeto (no especifiquemos el material porque si he de decidirme entre el papiro, el papel, el pergamino o el silicio, puedo volverme majareta) que contiene información codificada en un lenguaje –lingüístico, gráfico o numérico, por ejemplo-. Tanto academicismo por mi parte no quiere decir que, como el resto de los mortales, no relacione al libro con la literatura: siempre existirá tal comunión -por los siglos de los siglos, amén-, pero sí he de notar que esa literatura “sensu stricto” se ha quedado muy obsoleta (¡bibliotecarios del mundo, no os rasguéis las vestiduras… que hace frío!) a la hora de incluir libros como los que aquí se reseñan, es decir, volúmenes llenos de imágenes que también hablan, que acompañan a la letra impresa, que ayudan a la comprensión y que cuentan la misma u otra realidad.
El caso más peliagudo son los llamados libros de conocimientos, obras que aúnan el formato literario con el aprendizaje, libros de texto con formato divertido -pop-up, juegos o ilustraciones- que pretenden enseñar un porrón de conceptos. He aquí la polémica: ¿puede integrarse cualquier libro en la categoría de literatura infantil y juvenil?
Y mientras discurren, les dejo con un libro de conocimientos sobre la vida cotidiana para primeros lectores que me ha encantado, Mis pequeños tesoros de Édouard Manceau (editorial SM), y un pensamiento: ¿La aceptación del público y el éxito de ventas podrían bastar para integrar a la pornografía en el cine canónico?
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