Siempre he pensado que una de las razones por las que vivo pendiente de esos libros llamados álbumes ilustrados es la de sentir al mismo tiempo una gran pasión por la pintura, no sólo como aficionado a contemplar los cuadros que llenan museos, galerías de arte o salas de exposiciones, sino como artista amateur. Desde bien pequeño me he enfrentado con el aterrador papel en blanco y, echando mano de lápiz o bolígrafo, lo he garabateado hasta la extenuación. La mayoría de las veces no sucede nada, pero otras, en la magia de las líneas, uno descubre un pájaro, una silla o una forma indefinida que se puede transformar en algo hermoso. Nunca llegaré a la altura de mis admirados Durero, Velazquez o Antonio López, pero si al menos puedo disfrutar de ese instante atemporal y volátil que tiene empuñar el pincel, me doy con un canto en los dientes.
No voy a discutir que el dibujo, el óleo y la aguada tienen un componente místico y creativo, pero, como todo en la vida, se basa en la voluntad y el empeño. Práctica y más práctica es lo que forja a un buen profesional. Pintar una y otra vez, llenar cuadernos de bocetos, buscar el trazo adecuado cientos de veces, son ejercicios que cualquiera que quiera dibujar tiene que hacer a diario en vez de convencerse de su supuesta inutilidad a la hora de copiar una imagen, de inventar un momento.
Conozco a mucha gente, alumnos, compañeros o amigos, que siempre han querido dibujar, que sienten cierta envidia de los que lo hacen. Unos pasan toda su vida sin intentarlo y otros, una pequeña porción, por una extraña causa que desconozco, deciden intentarlo. En ese instante nacen los artistas. Artistas como Marita, la protagonista de un libro de Monique Zepeda editado en Fondo de Cultura Económica que nos habla de lo que mueve a crear, de que los sentimientos son extraños motores para despertarnos, de que podemos crecer pese a los trágicos momentos, de que con un tiempo que no cabe en los relojes, Marita inventó su cocina, con una ventana donde es de día y otra donde es de noche.
No voy a discutir que el dibujo, el óleo y la aguada tienen un componente místico y creativo, pero, como todo en la vida, se basa en la voluntad y el empeño. Práctica y más práctica es lo que forja a un buen profesional. Pintar una y otra vez, llenar cuadernos de bocetos, buscar el trazo adecuado cientos de veces, son ejercicios que cualquiera que quiera dibujar tiene que hacer a diario en vez de convencerse de su supuesta inutilidad a la hora de copiar una imagen, de inventar un momento.
Conozco a mucha gente, alumnos, compañeros o amigos, que siempre han querido dibujar, que sienten cierta envidia de los que lo hacen. Unos pasan toda su vida sin intentarlo y otros, una pequeña porción, por una extraña causa que desconozco, deciden intentarlo. En ese instante nacen los artistas. Artistas como Marita, la protagonista de un libro de Monique Zepeda editado en Fondo de Cultura Económica que nos habla de lo que mueve a crear, de que los sentimientos son extraños motores para despertarnos, de que podemos crecer pese a los trágicos momentos, de que con un tiempo que no cabe en los relojes, Marita inventó su cocina, con una ventana donde es de día y otra donde es de noche.
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