Si por votación popular fuese, jugar al fútbol, salir de copas o escarbar en las montoneras de los mercadillos, serían elegidos como auténticos deportes nacionales, pero como quien hoy decide es un servidor, determino que lo que aquí se lleva es el marujeo. En este país, hasta las piedras meten el hocico en la casa del vecino. Cotorrear, marujear, despellejar o viborear son verbos básicos en la idiosincrasia española, exponentes todos de nuestra capacidad de poner de vuelta y media a todo quisqui. Para percatarse de ello sólo tienen que prestar atención a lo más visto en la programación televisiva: que si las vidas ejemplares de todos los que pasan por la caja de los viernes (¡Ay, que me da!), el circo de Paqui “Las coles” (¡Qué sobrenombre!), los dimes y diretes entre Mourinho y Guardiola, o las tan fingidas riñas del lumpenproletariado que participa en el “Big Brother” español. Si a ello añadimos ingredientes como el mamoneo, el morbo, la escatología, el humor, la ironía y la maldad, el resultado de esta coctelera es puro e irresistible gozo patrio del que se sirve hasta el más letrado para pasar el rato de vez en cuando... Curiosa paradoja esta, la del analfabetismo funcional en el reino de la lengua. Mediterráneos y viscerales, los habitantes de la Hispania moderna sentimos una fatal atracción por el cacareo de patio y corrillo, una afición desmedida por la palabra, el mejor invento del hombre, que desde bien pequeños practicamos a manos llenas para poder comunicarnos con uno mismo, con otros y con el más allá. La de hoy es una oda a la palabra cotidiana y vulgar. A esas palabras que aprendemos por la calle, tomando un café o dando clase. A las palabras que nos despiden y a las que nos dan la bienvenida. A las últimas palabras y a esas primeras, que, como La primera palabra de Mara (Ángel Domingo y Miguel Tanco, Editorial Narval), nos llenan el mundo y, de paso, también la risa.
1 comentario:
¡La primera palabra! Recuerdo la primera palabra de mi hijo. Fue 'luz' aunque él dijo 'uf, uf'.
Qué simple, que bella, qué denostada la palabra,...
Tiene buena pinta, saluditos, Miriam
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