Aunque la mayor parte de mis alumnos viven en la luna,
todavía no saben que nuestro satélite sólo nos muestra una cara noche tras
noche… Todavía no se han enterado de que la fuerza de la gravedad es
despreciable comparándola con la de la Tierra, e incluso tengo una alumna que
desconocía que el ser humano había deambulado sobre el polvo que la cubre
(verídico, créanme…). Lo mejor de todo es que, pese a los esfuerzos de sus
profesores en la Educación Primaria y de los actuales en la Educación
Secundaria, son incapaces de reconocer que es la luz del sol la que la ilumina
en mayor o menor medida originando así sus distintas fases… Por lo que, a pique
de sufrir un colapso nervioso ante tanta dejadez (a cada cosa por su nombre),
me rendí en la butaca y esperé, con cara de hastiado, al hombre que vive en la
luna para compartir una botella de whisky que me permitiera olvidar las realidades
educativas…
Mientras la vaciábamos, no pude controlar mis temores… “¿Será
capaz el mundo de sobrevivir a esta raza de ignorantes?...” “¿Alguien es
consciente de que jamás saldremos de la crisis?...” “Mucho darwinismo pero, ¿y
la involución de las especies?...” Este hombre, rebosante de una luz clara y
tranquilizadora, me sonreía al tiempo que rellenaba mi copa. Brindábamos una y
otra vez, por todos los cuerpos celestiales, por Newton y Copérnico, por
Galileo y el telescopio, por los licántropos y por todos esos hombres de
ciencia que jamás utilizaron el Whatsapp®… Y cuando la noche se cerró sobre
nosotros y la última gota espiritosa cruzó mi garganchón, aquel hombre bañado
en plata, se elevó en lo alto, yo cerré el libro que sostenía en mi regazo y me
eché a dormir, esperando que, tras este baile etílico a la luz de la luna, se
abriese un nuevo día en el que la inteligencia
se derramase por el mundo.
Ungerer, Tomi. 2012. Hombre
Luna. Ilustraciones del autor. Barcelona: Libros del Zorro
Rojo.
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