Si el otro día nos detuvimos en la vida de Vierge, príncipe
de la ilustración, hoy le llega el turno al rey de este arte, el francés Gustave
Doré.
Nacido en la rue Bleue de Estrasburgo el 6 de enero de 1832,
desde muy joven se despierta en él la pasión por el dibujo (siempre mantenía
los dos extremos del lápiz afilados para dedicar más tiempo a esta afición).
Cuando cuenta 9 años, su padre, ingeniero, se traslada por motivos laborales a
Bourg, cuyos espacios naturales inspirarán el atrezzo montañoso que tanto
acompaña las escenas de este autor. A pesar del futuro como ingeniero que su
padre había planeado para él, el Doré alegre, divertido y deportista de la
juventud, presenta, con tan sólo 15 años, unos bocetos/dibujos humorísticos de
gran calidad al editor Phillippon, lo que le permite moverse a París (1847) y
publicar en el Journal pour rire, una
revista humorística, desde 1848 hasta 1851, al mismo tiempo que publica su
primer trabajo como ilustrador, en una serie de litografías basadas en Los trabajos de Hércules (1848). Imparable,
Doré, entre los 20 y 40 años de edad, comienza a elaborar cientos de imágenes
que acompañarán más de 100 libros como las Oeuvres de Rabelais (1854), Les Contes drolatiques de Balzac (1855), El Infierno de Dante (1861), los Cuentos de Perrault (1862), Don Quijote de Cervantes (1863), Las aventuras del barón de Münchhausen (1866), El paraíso perdido de Milton (1866), La Biblia (1866), Las Fábulas de la Fontaine (1867) o
los Cuentos de Poe.
Sus xilografías son grabados interpretativos (he aquí su
gran aportación a la ilustración) cuyo diseño, composición, valores iniciales y
aguadas, supervisaba en los talleres de grabación, para que más tarde hábiles
especialistas, como Pannemaker, Gusman y Pisan, finalizaran. De entre sus
litografías, destaca aquella que representa la muerte trágica de Gérard de
Nerval (1855).
Cada más reconocido y a la vez más autodidacta, las obras de
Gustave Doré aparecen, no solamente en Francia, sino también en Inglaterra,
España, Alemania y Rusia. Como consecuencia de estas publicaciones, su
influencia se dejó sentir muy pronto sobre numerosos ilustradores de toda
Europa y América, constituyendo una importante fuente de inspiración para los
pintores románticos, quienes compartían la atracción por el mundo onírico que
él representaba.
Experimentó con la pintura, representando escenas de
carácter histórico o religioso, y con la escultura (véase su tributo a
Alexandre Dumas erigido en París), pero, aun obteniendo cierto reconocimiento
de los círculos artísticos de la época, sus creaciones en estos medios nunca
alcanzaron la vivacidad de sus ilustraciones.
En 1931, Henri Leblanc publicó un catálogo razonado que
contabiliza 9.850 ilustraciones, 5 carteles, 51 litografías originales, 54
aguadas, 526 dibujos, 283 acuarelas, 133 pinturas y 45 esculturas. Una carrera
artística inigualable para alguien que murió nombrado oficial de la Legión de
Honor francesa, con tan solo 51 años (París, 1883), y frustrado por no ser el
completo artista que siempre soñó ser.
Sobre la obra de Doré se pueden verter un sinfín de
adjetivos, como: educada, dramática, prolífica, serena, sutil, directa, humorística,
elegante, exuberante, fantástica o grotesca; pero sin duda, su gran
contribución, la todavía hoy vigente en la ilustración de obras literarias, es
aumentar el valor de una obra artística hasta concebirla como otra más hermosa
todavía.
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