En
época de abundancia unos se enriquecen a manos llenas y otros, como aves
carroñeras, se desviven por recoger los despojos, una suerte de limosna de la
que muchos pobres en este país han vivido durante años. Pesebreros,
chupópteros, llorones y lameculos, se han servido de planes de empleo,
subsidios, subvenciones, y toda índole de ayudas para subsistir a costa de que
otros se hagan de oro; es por ello que, sobre esta idea, afirmo que la mayor
parte de los ciudadanos de este país tenemos la culpa de una crisis económica
que nos retrotrae, tanto social, como monetariamente, a décadas pasadas.
Es
muy fácil embestir a Bárcenas, a los responsables de los ERE’s ilegales
andaluces, o a Urdangarín & Cía., cuando la verdadera responsabilidad de
todo este estercolero recae sobre cada uno de nosotros. Mirábamos hacia los
montones de ropa del imperio Inditex, se nos hacía la boca agua con mariscadas
y vermús de trescientos euros, aspirábamos a chalets de alto “standing” en la
Costa Dorada y pedíamos préstamos desorbitados para amueblar casas y adquirir
coches de alta gama, en vez de prestar atención a los que se forraban las
chaquetas de billetes, no vigilábamos nuestros impuestos, ni nos preocupaba nuestro
futuro, mientras las apetencias y caprichos del hoy quedasen más que cubiertos.
Y hoy nos lamentamos con amargura de nuestras colas del INEM, de la suerte de
nuestros hijos, del capital humano que emigra, de nuestro nefasto sistema
educativo, de las becas Erasmus, de la sanidad y los sanitarios, de las bajadas
de sueldos y de la estructura del Estado.
Eximiéndonos
de toda responsabilidad y como viene siendo una tradición en este país, echamos
la culpa a otros, llámense ministros de educación, de sanidad, de empleo, o de
fomento que, a golpe de urna y beneplácito social han sido ensalzados como nuevos saprófitos del
tesoro público.
Más
nos valdría administrar correctamente nuestros ahorros, tener cautela a la hora
de desenfundar la cartera, vivir con humildad y sacrificio, y abonar el
presente para los años futuros, en vez de lamentarnos de tanta ave de rapiña
que, no sólo sobrevuela nuestras cabezas, sino que se sientan a comer en
nuestras mesas y que, como bien dice Pepín Bello en Un cuento putrefacto (publicado por Sd Ediciones y con
ilustraciones de Manuel Flores) se acostumbran a comer vaca en vez de burro,
dicotomía de manjares que nos hacen meditar sobre quiénes son los buitres,
¿nosotros o ellos?
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