Vivimos
en un mundo en el que las buenas formas y lo políticamente correcto nos alejan
cada vez más del sentido común. Hacer lo que dicta el saber estar,
prima sobre cualquier situación y uno se ve en la encrucijada de elegir entre
sus sentimientos o agradar a la sociedad.
Yo
hace mucho que decidí: prefiero lo subversivo. Esto no quiere decir que abomine
todos los estereotipos que marca la vida social, pero sí me gusta estar en
equilibrio con lo que pienso, lo que siento y lo que hago, algo que, créanme, es
bastante complicado en un tiempo como este, en el que las falsas palabras y las
formas extremas envuelven con una niebla edulcorada cualquier parcela de
nuestra vida.
Lo
que más le jode a la gente que me rodea es que soy un monstruo, y lo admito.
Allá ellos, yo, mi, me, conmigo… No pretendo caerles bien, sino ser sincero con
quien toca, con uno mismo. Sé lo que quiero, lo que me gusta y, más importante
todavía, quien soy, algo que no consiste en un proceso de introspección bajo la
supervisión de un psiquiatra, sino más bien en concluir que uno es uno y debe
convivir con sus circunstancias para sacarle el mayor rendimiento posible al
paso por lo terrenal.
Lo
malo es que soy de los pocos que elucubra (debería decir “lubrica”) de
semejante manera, ya que la inmensa mayoría prefiere la verborrea convencional,
muchas manos acariciando el lomo, palabras de aprobación y muchos halagos,
muchas promesas, mucha evanescencia…, una receta que, si bien te deja
sobrevivir a familias putativas, amigos tocapelotas y compañeros envidiosos,
también cabe destacar que ha encumbrado a incontables pequeños Nicolases (y
todo lo que ello conlleva a sus damnificados).
Este
post es una oda a lo fiel, a lo veraz, a lo natural, porque bien es sabido por
todos que, solo lo auténtico trasciende, mientras que lo falso, lo forzado y lo
artificial (algo que detesto), cae en el más absoluto de los olvidos y pudre el
alma de quien lo lleva consigo.
Y
como muestra de este discurso contra los cánones pre-establecidos y otras
menudencias del amaneramiento occidental, aquí les dejo con un álbum ilustrado
que me ha dejado con las patas vueltas. Salvaje,
de la hawaiana Emily Hughes (editorial Libros del Zorro Rojo) nos cuenta la
historia de una niña criada por los animales del bosque a la que un afamado
psicólogo intenta domar sin percatarse de que las personas libres y
consecuentes luchan con fiereza para deshacerse de sus cadenas.
1 comentario:
al pan, pan, y al vino, vino...(Ah! Y el álbum me encanta a mi también.
Besadetes
Publicar un comentario