Se
ve que, aunque a los antiguos se les antojara adecuado empezar el año con el
mes de enero, hoy se figura más práctico comenzarlo en diciembre, ese mes en el
que capitalismo y navidad aúnan fuerzas
para, con hambre canina, engullir vorazmente nuestras billeteras.
Seguramente
esta habrá sido una de las causas que hayan llevado a un sinfín de editoriales
a retrasar sus lanzamientos en lo que a novedades se refiere y apostar así por
la figura del libro como regalo navideño, añadiendo valor a este producto cada
vez más preciado (¡Qué bien piensan muchos!). Y así me veo, con espuertas de
títulos que reseñar en menos de tres semanas… ¡Prepárense para una reseña al
día!
Hace
no mucho tiempo era preferible hacerlas coincidir con el comienzo del curso
escolar y complementar las tareas escolares con un poco de literatura. Daba
gusto visitar las librerías después de la campaña del libro de texto (allá por
octubre), un mes en el que las estanterías (pero no los bolsillos, ya saben lo
que trae consigo la vuelta al cole…) estaban repletas de nuevos títulos. Ahora la
cosa se ha trasladado a este mes, tan alegre, como lucrativo, donde el negocio
es más boyante y edulcorado.
También
decir que a todo esto se ha unido la circunstancia de que muchas editoriales prefieren salvar el culo durante septiembre, octubre y noviembre, re-imprimiendo
viejos éxitos literarios o publicando un par de títulos menores que hagan ver en
los pequeños circuitos del libro infantil que siguen vivas y coleando para, mientras
tanto, preparar la buena tajada que trae el adviento. Y en esas
estamos los enteraos “lijeros”: aburridos…
En
cualquier caso, a todo lo anterior añado que cada vez son más las editoriales
que están más preocupadas por las ganancias (es algo comprensible ya que no
dejan de ser empresas con ánimo lucrativo) que en editar libros con cierta
calidad, algo que denota cierta enfermedad crónica del sector… Como cualquier industria
y como bien he referido en otras ocasiones, la edición en España ha comenzado a
mutar desde hace unos años, dejando a un lado la ética para reinventarse en el
producto de consumo efímero. Vamos, en editar morralla por carretillas en vez
de obras que trasciendan, no sólo a la lectura (que para eso estamos), sino a otras
parcelas del pensamiento como son el ocio y la imaginación (sigo con mi
discursito de siempre: calidad en vez de cantidad).
En vez de tanto ruido (muchos
aburren demasiado con tanta matraca), más valdría ponerse manos a la obra y
lanzarse a la compra de buenos derechos extranjeros (que los hay) y preocuparse
por la producción de títulos propios que activen el engranaje del libro
infantil patrio (algo desgastado desde las dificultades que un puñado de
editoriales dedicadas a ello han sufrido).
Es
por ello que animo a todos los editores a tomar ejemplo de uno de los álbumes ilustrados
un tanto especiales que se ha publicado este año, Sam y Leo cavan un hoyo (editorial Juventud). En él, Mac Barnett y
Jon Klassen, reflexionan sobre las bondades del camino sin darle importancia a
la meta, sobre la satisfacción que ofrece llevar a cabo algo por el mero hecho
de hacerlo. Así son Sam y Leo, que incansables, cavan y cavan, dejando pasar
multitud de tesoros maravillosos y joyas increíbles. Prefieren ser constantes y
compartir juntos una aventura (que finalmente se ve recompensada de
una forma especial), a obsesionarse con el fin.
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