Debido a la proliferación
de "libro-juegos" (llamémosles así aunque resulte reduccionista) dentro del mundo del álbum español (N.B.: Uno que nunca ha sido
demasiado prolífico en este tipo de productos, algo que me llama
bastante la atención... ¿Será que somos muy lineales o muy
trágicos? Una de dos. Lo cierto es que para jugar hay que inventar,
y se ve que no somos muy dados a ello), llevo cierto tiempo
preguntándome sobre el papel que desempeña el juego en los libros
para niños.
En el caso del
libro-álbum debemos denotar que, al ser un género donde la
construcción discursiva se realiza en base a diferentes tipos de
contenidos entre los que tradicionalmente destacan la palabra y la
imagen, podemos distinguir tres tipos de juego (básico): el
juego literario y/o de palabras (pueden ser diferentes, pero no me
voy a meter en camisas de once varas), el juego gráfico (en el que
también podemos definir varias tipologías) o un juego
gráfico-literario que combine ambos planos discursivos (ídem que los
anteriores). Además hay que tener en cuenta que estos juegos se
pueden realizar independientemente de la naturaleza del álbum objeto
de estudio y en base a las relaciones técnicas del propio libro y de
sus propiedades emergentes.
Visto desde una
perspectiva utilitaria, el juego constituye un plus en todo producto
dirigido al público infantil... ¿o no? Debido a la instauración
del constructivismo en las últimas corrientes pedagógicas, esas que
impregnan multitud de parcelas entre las que podríamos destacar la
didáctica de la literatura, más concretamente la parcela dedicada a
la literatura infantil, se supone que todo aquel aprendizaje que se
realice a través del juego, se instala de una forma menos consciente
en el intelecto aunque quede recogido de igual manera en la memoria.
Vamos, que la persona aprenda sin darse cuenta, lo ideal para muchos.
Según mi experiencia, la
teoría se encuentra de bruces con otra realidad cuando lo intentamos
poner en práctica. El juego es evanescente cuando no existe un
conocimiento previo sobre los saberes que deseemos inculcar, algo que
cambia cuando éste se construye sobre un cierto cimiento, sobre el
poso ulterior que el aprendizaje deposita, porque éste crece de una
forma caótica, un aprendizaje sin planos ni directrices. Ahí es
cuando el juego puede servir al intelecto en un camino abierto y
plural. El juego es básicamente exploratorio, nos ofrece multitud
de facetas sobre las que damos forma al propio discurso a través de
la creatividad, la fantasía y, sobre todo, el divertimento.
Por otro lado y haciendo
referencia al juego con valor didáctico, podemos decir que el abuso
de éste dentro de contextos artísticos como puede ser el álbum,
choca frontalmente con la concepción de la literatura infantil o los
artefactos culturales como Arte (no todos los álbumes son literarios), que descansa sobre el discurso poético que contengan y no
sobre su valía como vehículos pedagógicos, algo que siguen
poniendo en tela de juicio numerosos sectores teóricos.
Todo esto no indica que
el objeto libro, que la obra literaria o gráfica, tengan que
desprenderse del juego. Nunca. El verbo jugar nos lleva de la mano
hacia el humor, es otra de las formas que nos conduce a la carcajada,
que lleva implícita la risa, una que tiene mucho de válido en
cualquier manifestación artística, a la que por un lado humaniza y por
otro añade valor. Eso sí, un libro cimentado exclusivamente sobre
el juego nunca constituirá ni puede pretender ser una obra literaria
por sí sola, sobre todo porque sería deshonesto con su propia
intencionalidad.
De todo esto, y si sirve
de conclusión, podemos entresacar que focalizar el interés sobre el
juego en ciertos productos culturales puede ser una buena baza cuando
queremos ensalzar la figura del libro, más si cabe cuando estos
libros están dirigidos a la niñez, una que necesita de acicates
para articular sus aficiones desde una sensibilidad especial que no
siempre pervive a lo largo de los años.
Y
sin más juegos ni preámbulos, les dejo con La gota moja a
la gata maja, una creación de Olga Capdevila a la que ha dado
forma de libro la editorial A buen paso. Defínanlo ustedes como les plazca, un
juego hecho libro, quizá un libro lleno de juegos, o simplemente un montón de acertijos ilustrados, el caso es que
me encanta el concepto de retorcer vocales hasta resolver el
misterio. Eso sí, hace reír tanto a primeros lectores, como a los
que pintamos canas, que también merecemos un poco de divertimento.
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