Gracias a Ana -la última
ciclogénesis explosiva, no la de Codorniu- ya se nota el frío. No
es que tiritemos mucho, la verdad, pero el viento bien que jode por
las noches. Bufa que te bufa no hay quien pegue ojo. Y si uno está
baldao de tanto ir de aquí para allá, la cosa empeora con la falta
de sueño, necesario no solo para el cutis sino también para cerebro
y esqueleto... Ya sé que algunos andan cegados por esa luz
chirriante que emite la última campaña publicitaria de Burguer
King© (No me imagino a
los repartidores de mi barrio soltando disertaciones sobre el
nacionalsocialismo alemán o la poesía de Szymborska), pero un
servidor prefiere fijarse en la climatología que, aunque insalvable,
tiene mucho aquel. Y si no, díganselo a los cientos de españoles
que se han quedado atrapados en los aeropuertos ingleses (A eso le
llamo yo mala suerte... ¡Si al menos hubiera sido en un país donde
no haya que andar con la tarjeta de crédito en la boca!).
No obstante les diré que
ya era hora de que arreciase el invierno, que uno andaba lleno de
cercos de sudor y harto de lucir chicha. Necesitábamos cubrirnos con
bufandas, trencas y jerseys de cuello vuelto y así darle rienda
suelta a la imaginación, que a veces mola más que quedarse
petrificado ante las vergüenzas personales -o ajenas-.
También estaría bonito
que nevase, aunque fuera para proporcionarnos la tan ansiada postal
navideña (Instagram no tiene bastante con jerseys horteras de
navidad, así que, ¡por favor, atmósfera, proporciónanos más
madera con la que prenderles fuego!). Un momento, pensemos... ¡No!
Creo que no es muy buena idea... Ya saben que el cuñado español es
poco ducho a moverse con un palmo de nieve. Rompernos algún brazo,
alguna pierna, la cadera, magullarnos, lo hacemos la mar de bien con
un poco de hielo, pero que no nos den un par de patines o un trineo,
que los vendemos en un segunda mano.
Y con mucho chiste -que
hoy me he levantado con guasa para rato-, arribamos al último título
de Suzy Lee publicado en castellano. Línea (Barbara Fiore
Editora) es una de esas fantásticas creaciones a las que nos tiene
acostumbrados la autora. Tomando en este caso el patinaje sobre
hielo, nos introduce en un mundo de trazos y tirabuzones. En este
libro sin palabras la ilustradora incluye una nueva forma de
interacción en la que el libro sirve de puente entre ella y el
lector, es por ello que tenemos dos niveles discursivos, por un lado el ficcional propiamente dicho y por otro el de un plano más real.
Aunque el libro gira y gira, termina con un final muy coral, en el
que el personaje logra una comunión excelente entre autor y lector.
Recomendado de principio a fin.
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