Mi madre nunca está de acuerdo en nada. Le chirría cualquier
cosa que haga y por tanto, lo comenta. Si
me voy de viaje a un lugar que no le gusta, lo comenta. Si me cuelgo un
hato que ella no considera apropiado, bien por estética, bien por funcionalidad,
lo comenta. Si tengo la casa llena de libros, lo comenta. Si hago la comida con
una receta distinta que a ella no le apaña, lo comenta. A mi madre nunca le
viene bien nada. ¿Será porque es madre?
Seguramente muchos de ustedes se habrán visto identificados
en alguna de las situaciones que acabo de mencionar, así que ríanse porque es
para hacerlo. Y nosotros, como hijos, tenemos esa obligación, la de quitarle
hierro al asunto porque, como te dediques a la confrontación, la llevas clara.
Te tachan de esto, de lo otro y de lo de más allá. Que seguramente será cierto
(para qué nos vamos a engañar, pues la experiencia es un grado), pero
equivocarse también es necesario.
Eso no quiere decir que todo lo que salga por la boquita de
esas madres metijacas vaya a misa, porque claro, existe un cierto anacronismo
en esta vida que limita a los sabios y sus sabidurías, llámense estas ciencia,
tecnología, legislación o moda. La vida va cambiando a pasos agigantados y no
siempre se puede estar al tanto de todos los avances por mucho que se quiera.
Que ellas lo hacen por nuestro bien es algo que no dudo,
pero también adolecen de cierto deje autoritario (y afectado) que convierte lo
ínfimo en algo desproporcionado, sobre todo si va a acompañado de sollozos y
llantos (sí, sí, ese chantaje emocional que a los hijos nos enferma tanto).
Lo mejor es tomarse las cosas con tranquilidad, tener en
cuenta algunas palabras (No hay que ser necio y desoír las palabras de los
progenitores. Que siempre esconden sabiduría y nunca malos deseos) y esperar
que el río vuelva a su cauce. Porque si te niegas en rotundo, te exacerbas y te
pones a la gresca, la reconciliación te cuesta el doble.
Lo mejor de todo sucede cuando hijos y madres se dejan las
afrentas, abren el corazón y la mente, y se trasladan a posiciones contrarias y
desconocidas en loor del entendimiento. Así aprendemos todos que hay cosas en
la vida que pueden cambiarse, aunque otras, como el amor de una madre, permanezcan inalterables.
Todas las ilustraciones de este post del día de la madre
pertenecen a Hadabruja, un álbum
escrito por Brigitte Minne, ilustrado por Carll Cneut y editado por Barbara
Fiore que va en consonancia con estas palabras.
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