Durante la jornada número 63 de confinamiento toca hablar de
libertad. Sí, como lo oyen. Libertad. Porque creo que ya está bien...
Ni un solo estado europeo, ni siquiera aquellos que han sido
más duramente golpeados por el virus como Francia, Italia o Reino Unido, han declarado un “estado de alarma” como el nuestro, ni mucho menos lo han extendido durante tanto tiempo.
Recordemos que dicho estado es excepcional y, aunque
constitucional, se enmarca en un vacío democrático reservado para ciertas
situaciones entre las que a priori no se encontraría la actual, pues esto es más
bien un “estado de emergencia”. Sin embargo los que nos gobiernan han aducido siempre
razones de salud pública para hacer uso de él, algo que la sociedad ha
entendido y permitido a lo largo de estos dos meses, pero sobre la que comienza
a desconfiar teniendo en cuenta los daños colaterales que se esperan de ella,
así como las actuaciones poco decorosas y democráticas del gobierno en materia sanitaria,
económica y sobre todo, legislativa.
En vez de velar por la prevención (¿Y los test? ¿Dónde
están?) y el cumplimiento de las medidas sanitarias (¿Por qué no plantean el
uso obligatorio de la mascarilla en vez de jugar a la ambigüedad?), se están dedicando a meter miedo (Todos acojonaditos para pedir de rodillas que nos encierren para mantenernos a salvo del coronavirus) y a cercenar la libertad de movimiento y expresión, algo que recuerda más a regímenes
totalitarios que a democracias parlamentarias. Si a ello añadimos una nula
capacidad de actuación y planificación de un tiempo futuro que se prevé más que
difícil, no es de extrañar que el pueblo empiece a hacerse preguntas sobre las mentiras vociferadas por los asalariados medios de comunicación y saltarse
a la torera unas normas que ni siquiera los políticos respetan.
Con ello no quiero decir que comparta las manifestaciones en
vivo o en diferido que realizan algunos sobre la gestión de esta crisis (eso
de poner en peligro a mis congéneres u ofrecer una coartada al gobierno para más “estados
de alarma” ante un repunte muy probable, no va conmigo) ni mucho menos a valorar el outfit de los
coronapijos o perroflauters (siempre me
ha parecido de muy poca clase eso de juzgar un libro por su portada), pero si
diré que entiendo el malestar generalizado de una ciudadanía que sufre medidas policiales
propias de las dictaduras (censura, toques de queda y sucedáneos de allanamiento de morada)
y un escenario de incertidumbre en el que mentiras (ya me dirán que fiabilidad tiene el estudio de inmunidad) paguicas, chivateo y división social
son el único plan B.
Podría haber hablado de la irresponsabilidad ciudadana, de
cómo todo quisqui se dedica a hacer de su capa un sayo, de los niños
desorbitados, del comadreo en parques y vías públicas, de las terrazas y de las
malas cabezas, pero hoy no va a ser el día (ya ha habido otros previos y los habrá posteriores), sobre todo porque el ciudadano de a
pie ha sufrido mucho durante estos 63 días y necesita respirar y aligerar sus
cargas personales y emocionales (que son muchas algo que se desprende del notable aumento en la venta de ansiolíticos y antidepresivos), necesitamos sentirnos unidos y libres para empezar a digerir una difícil anormalidad
que ya tiene mucho de jaula.
Aunque para ello podría haber elegido muchos álbumes, al ser
viernes y festivo en muchas localidades, me he decantado por el tono siempre simpático,
alegre y esperanzador de mi querida Margarita
del Mazo, que junto al siempre vitalista e imparable José Fragoso, han tejido La princesa Sara no para (editorial
NubeOcho), una historia divertida que habla de una princesa llena de vitalidad,
que no puede estarse quieta ni un momento y que mina las expectativas de unos
padres que prefieren una hija tranquila y sosegada. Sara está fuera de control
y eso no les gusta para el futuro del reino, llegando a buscar incluso una cura
para su “Nomepuedoparar” galopante.
Mientras descubren el secreto y disfrutan de una narración
con mucho humor, tanto verbal, como gráfico (les recomiendo buscar detalles y
guiños en las desenfadadas imágenes del artista), sólo me queda invitarles a
ser libres (sin molestar a nadie, como nuestra protagonista) a pesar de los
grilletes que nos quieren imponer algunos.
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