Solo he ido tres veces al zoo en toda mi vida y dos de ellas han sido en viajes escolares. Se lo comento porque podría equivocarme en mis apreciaciones, ya que en este tipo de periplos, con que nadie se parta la crisma ya lo considero todo un éxito. Si a ello unimos que tengo pocos ejemplos que comparar, el sesgo puede ser bastante grande.
Sobre las condiciones en las que he encontrado a los animales, diré que eran más que aceptables (entiendo que la mayor parte del personal que trabaja en estos lugares lo hace con mucho gusto y respeto hacia la naturaleza). Sobre su aspecto y estado de salud, diré que hay de todo. Hay animales que se adaptan bien y otros no tan bien. Algunos que sufren lo indecible y muchos que se sienten como en casa. Es lo que tiene la cautividad, más todavía si es en un hábitat que difiere muchísimo del real.
Aunque ese es el punto más controvertido que debemos plantearnos una y otra vez, la mayor parte del público también está de acuerdo en realzar el valor didáctico-pedagógico que tienen los parques zoológicos, pues si no fuera por estos lugares, muchos jamás hubieran visto un gorila o un tigre de carne y hueso, algo que se antoja necesario para ser consciente de que el mundo está habitado por especies maravillosas que merece la pena cuidar y conservar.
Por otro lado me gustaría dar visibilidad al trabajo científico que biólogos y veterinarios llevan a cabo en ellos. Investigar y desarrollar técnicas que permiten avanzar en diversos campos, así como servir para el conocimiento de la materia por parte de los estudiantes (N.B.: Muchos de los especímenes disecados que llenan los museos de historia natural proceden en la actualidad de los zoológicos. Como muestra les invito a visitar el animalario de la facultad de biología de la Universidad Complutense).
A pesar de todo, muchos creen que la existencia de los parques zoológicos es el resultado de un proceso socioeducativo mal entendido. Por ello, de unos años a esta parte, son bastantes los ámbitos relacionados con la infancia (juguetería, ropa infantil o la mismísima literatura infantil), que han tomado la decisión de no incluir en sus productos referencias a los parques zoológicos ni a los animales exóticos, una que tiene que ver con compromisos de marcado corte ideológico (animalismo y veganismo).
En mi opinión, no creo que sea efectiva por dos motivos. 1) La globalización ha llegado a nuestras vidas y los productos procedentes de otras latitudes son los que recogen su propia fauna, y 2) porque niños y adultos necesitan conocer el mundo para poder valorarlo, y si de primera mano es imposible (no todos se pueden permitir una safari por Kenia y Tanzania), que lo sea de una manera más indirecta.
Con jaulas y leones, fosos y elefantes, piscinas y ballenas, llegamos al título de hoy que como toda esta semana está dedicado a Gianni Rodari. El zoo de las historias, una obra recuperada por la editorial A fin de cuentos con las sugerentes ilustraciones de Maite Mutuberria, nos sumerge en una pequeña aventura en la que dos amigos deciden pasar la noche en el zoo con la sola compañía de los animales que lo habitan y unas cuantas historias en las que ballenas, elefantes, ciervos, osos y conejos son los protagonistas.
Fábulas de corte clásico (el conejo coronado), narraciones de corte futurista (ballenas y naves espaciales) y cuentos que bien podían haberse escrito hace siglos (de cómo se le alargó la trompa al elefante), pululan por las páginas de un libro que pretende entretener al lector desde un prisma lúdico e imaginativo, sin olvidar contraponer el medio natural y las leyes que lo rigen, al zoológico, un contexto espacial antrópico, una curiosa dicotomía esta que Rodari trae al lector para producir sentimientos encontrados.
Disfruten de este libro que casi cabe en la palma de la mano, de sus historias sobre animales. En mitad del campo, mientras los conejos agachan las orejas bajo las primeras lluvias, el petricor se funde con nuestro epitelio olfativo, y las hojas empiezan a volar bajo.
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