En esta fase 3 que nos han regalado nuestros políticos a modo de tirón de orejas por no haber sido buenos (paternalismo de estado, dictadura, salud pública… llámenlo como quieran pues cualquier denominación es válida), lo único que podemos hacer aparte de helarnos en una terraza -palos a (dis)gusto…- e hincharnos a comer (no se preocupen, ya incorporarán en los telediarios las dietas de adelgazamiento), es darnos un garbeo por las tiendas.
Dada mi pasión por la letra impresa, he visitado más de una librería para constatar que están igual de desangeladas que el resto de los comercios. Según me han contado dependientes y libreros, a pesar de la poca afluencia, muchos clientes se han decantado por las compras on-line y telefónicas (miedo, dichoso miedo) y las ventas, aunque flojean, se están salvando por esa vía.
En lo que a mí respecta, no concibo comprar un libro sin haberlo ojeado antes. Valorar la calidad del producto, tener en cuenta elementos como la encuadernación, el papel o la impresión también es importante. Barajar diferentes ediciones, debatir con algún que otro apasionado perdido entre los estantes, recibir sugerencias anónimas o bien fundamentadas, abandonar la idea por una aparición mariana o llevarte cuatro títulos más como buen vicioso. Todo eso sucede en la librería.
Las librerías, esos pequeños negocios que subsisten no-sé-cómo, son de los pocos en los que todavía respira ese aire romántico, un olor característico que me traslada a otro tiempo, como si el ayer fuera mañana. Son de los pocos sitios que invitan a la entrada aunque después de largo rato no compres nada (un buen librero entiende que te vayas y quiere que vuelvas), a que deambules y te sorprendas.
Mientras estos reductos de la letra impresa sigan existiendo, les conmino a visitarlos, pues dentro de unas décadas quizá no existan y entonces se apenen por ello. Y no es que yo sea pájaro de mal agüero, pero sí les aviso que en cierto modo los estamos condenando a la extinción no dándoles el valor cultural y social que tienen.
Y para que tomen conciencia de ello, en esta última reseña del 2020 les traigo Desde 1880, un álbum de Pietro Gottuso y editado por Kalandraka que ganó el último Premio Compostela de álbum ilustrado. En él, el autor italiano nos presenta una historia sin palabras que, tomando como referencia la misma unidad espacial, cuenta la evolución de una librería durante los últimos 140 años. Desde su apertura, el lector observa en cada doble página los cambios que se suceden en cada década. Testigo de los acontecimientos que suceden tanto en su entorno más próximo (propietarios y vecindario), como en el contexto histórico europeo, la librería constituye ese eje sobre el que se vertebra todo, un escenario vital y necesario que siempre ha pervivido.
Si se topan con él, disfrútenlo porque, además de ser una pequeña joya, también es el legado de las que estuvieron, quedan y se irán.
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