La semana pasada se publicaba en el diario digital "El Confidencial" un artículo de Alberto Olmos titulado Los mejores libros infantiles para Navidad seleccionados por un padre escritor. Lo que parecía otro escrito inofensivo más de los muchos que se publican estos días navideños para alentar a padres culturetas en sus compras, ha resultado despertar al dormido universo de la Literatura Infantil y proporcionarnos un salseo bastante suculento.
Si le dan al enlace y realizan una primera lectura creo que, además de una selección poco fundamentada, pueden extraer conjeturas bastante peliagudas, no sólo porque el autor parece menospreciar algunos de los grandes títulos de la Literatura Infantil como La pequeña oruga glotona, Historias de ratones o Donde viven los monstruos, buques insignia del álbum ilustrado, sino porque parece arremeter con la industria editorial infantil, el negocio que supone y la endogamia del sector.
Todo ello unido a que el artículo ha sido publicado en un medio de comunicación poco afín al progresismo que embebe el mundo de los libros infantiles, ha provocado que muchos autores y mediadores de la llamada LIJ se lancen a la yugular de este periodista, dando buena muestra de que política y víscera son un tándem peligroso, y poniendo en evidencia que Alberto Olmos lleva mucha razón cuando habla de esa amenaza que se cierne sobre la literatura para niños.
A todos estos ofendidos, incluido el propio Olmos, les doy un par de consejos. Primero, ríanse un poquito y no se tomen tan a la tremenda todo. En segundo lugar, lean debidamente. Porque cuando te fijas en que incluye todos los enlaces de las obras citadas y que subraya con negrita las claves de su tono caústico, empiezas a darte cuenta de que esas obras tan estúpidas que han vendido millones de copias no son tan absurdas como parecen. Que la literatura para niños hace ricos a unos pocos como Carle, Sendak o Kitamura, que la literatura infantil no consiste en publicar todos los cuentos que los padres inventan para amenizar la noche a sus hijos, o que no todos los autores de literatura adulta son capaces de escribir para niños.
Quizá esas sutiles dobleces son las que ensalzan títulos como El gran libro verde, el álbum de Robert Graves y Maurice Sendak reeditado este año por Corimbo. Si yo fuera el señor Olmos seguramente resumiría esta historia diciéndoles que trata de un niño que haciendo (ab)uso de un libro de magia tiraniza a sus tíos ludópatas, pero lo cierto es que este álbum habla de muchas más cosas (que en eso reside lo bonito de la literatura, en no ser tan obvia…).
La historia de Graves tiene mucho de fantástica, de irónica, de crítica y de subversiva. Ese niño aburrido que desafía al mundo adulto, que se mofa de él utilizando la magia, pero que al mismo tiempo busca soluciones y se compadece de quienes lo quieren, dice mucho. También nos habla de las paradojas de la edad (niño-viejo-niño) o del juego y su dualidad (de cómo puede servir al divertimento infantil y de cómo conduce a la ruina monetaria).
Y en el apartado gráfico, un Sendak maravilloso que haciendo uso de la plumilla construye una historia llena de detalles y guiños, de escenas secuenciadas que beben del universo del cómic, también elimina paredes para enseñarnos las tripas de una casa, y exhibe sus trucos de magia… En definitiva, una delicia para paladares exquisitos que con un guiño metaliterario (¿No será acaso el gran libro verde de los hechizos el que tienes en las manos?) nos hacen desaparecer de este mundo tan serio y suspicaz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario