Tras la muerte de Verónica Forqué vuelve el problema del suicidio y su relación con la salud mental. Como si fuera tan fácil prevenir la principal causa de muerte no natural en España… Ya se sabe que en un país de opinadores natos, se dicen muchas gilipolleces al cabo del día, sobre todo si entran en el juego los influencers, las redes sociales y toda esa caterva de anormales que no saben lo que es perder a un ser querido por este motivo. Y dirán ustedes que aquí estoy yo para unirme a la berrea. Pero esta vez no. Hoy puedo hablar de primera mano.
Hace siete años perdí a una de mis personas favoritas. Soy lo que los expertos llaman un “superviviente”, aquellos que ven alterada en mayor o menor medida su vida a causa de un suicidio y se quedan en este mundo para darle vueltas al coco. Al principio, como en cualquier otra muerte violenta (así está tipificada), te tocan muchos marrones: estudios forenses, preguntas innecesarias, investigaciones y resoluciones judiciales, habladurías, hijosdeputa… En fin, un circo asqueroso.
Luego corren los días y del shock inicial vas pasando al duelo, uno bastante difícil, sobre todo porque te preguntas. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Una y otra vez. Más todavía si no hay sospechas, tentativas previas, ni notas de despedida. Luego te das cuenta de que en España no hay apenas soporte para familiares y amigos, que sigue siendo un tabú social (silencio, mucho silencio) y religioso (imagínense al cura en algunos funerales…), que no hay apenas estudios serios, y que todo el mundo mira para otro lado. Entonces, ¿para qué cojones sirve la inversión en salud mental si nadie conoce, habla, ni quiere ver el problema? ¿Otro saco roto más?
Ante tal desamparo empiezas a investigar (uno, que usa las bases de datos y se maneja con el inglés, no como otros pobres) y te topas con estudios americanos, ingleses, nórdicos y canadienses. Especialistas del mundo desarrollado que hablan de depresión, neurotransmisores alterados, coerción social, percepciones culturales, causas ambientales, grupos de incidencia o perfiles suicidas. Países donde hay montones de asociaciones de supervivientes (por aquí solo hay un par) e iniciativas públicas y privadas que hablan de esos miles de personas que se ahorcan, precipitan al vacío o se auto-intoxican cada año (por cierto, muertes que no se contabilizan en las estadísticas oficiales, los llamados suicidios encubiertos).
Reflexionas un poco y te das cuenta de que el problema es monumental, que se debe a una multiplicidad de factores increíble, y que deberíamos cambiar el mundo completamente para solucionarlo, algo que es imposible. Y no, no me empiecen con la salud mental, otra artimaña más para la censura y la división. No todo es financiación, ni terapia, ni paternalismo de estado, ni haters, ni control de las redes sociales, ni buenismo, ni victimización. Además de aprender a querer a los demás, escucharnos y entendernos, algo que llevamos sin practicar miles de años, también debemos convivir con una realidad que habla desde el silencio sobre muchas más cuestiones y problemas.
Así y a pesar del egoísmo, llegas a entender el sufrimiento de quienes se van. Un infierno lleno de circunstancias muy dispares que les impide gestionar su paso por el mundo, vivir en él, y ser felices. Una decisión que, aunque dolorosa, debes respetar. Es suya y de nadie más. Dices "Yo no lo haría. No lo comparto", pero tampoco estás en su pellejo ni percibes su realidad. Te planteas "¿Me hubiera gustado que siguiera aquí en modo zombi? ¿A rebosar de ansiolíticos y antidepresivos? ¿Sería la misma persona con tanta salud mental?"
Al final y con un poco de suerte, el calendario te trae algo de calma, todo se tranquiliza, y en lo único que piensas es en lo que le hubieras dicho. En las palabras que podrías haber omitido, en las que nunca dijiste y en otras que jamás oíste. También en las que os hacían reír y las que os hacían llorar. Palabras de despedida o quizá de bienvenida. Para consolar o de las que te ponen en tu sitio. Justas o injustas, dulces o amargas, graves o livianas.
Palabras, palabras y más palabras. Es curioso cómo las palabras son lo que más echamos de menos. Será porque las palabras son mágicas, tan mágicas, que llegan a cualquier parte. Atraviesan el suelo, surcan el cielo y se aferran a los corazones. Y si es en vida, mejor todavía.
*P.S.: Todas las imágenes pertenecen a Palabras, el libro de Guridi (Raúl Nieto) que acaba de publicar la editorial Libre Albedrío en su colección Koreander de libros extraordinarios, y que se sumerge en el mundo de la comunicación a través de una serie de metáforas visuales donde los interlocutores conectan en esa línea que dibuja la intersección de la doble página, una frontera entre iguales que cualquier palabra puede sortear (o no).
1 comentario:
Muy valiente, muy claro, Román. Y muy bello libro. Solo podemos mirar adelante e intentar aprender. Hablar y hablar. Sí, estoy contigo.
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