miércoles, 25 de mayo de 2022

Asesinos de árboles


El tostón del ecologismo está rozando cotas insospechadas, pero ¿qué pasa con los árboles de las ciudades? Es una vergüenza como están paseos, plazas y otras zonas verdes de mi ciudad, una situación que se podría hacer extensiva a cualquier municipio de España.
Parece que a la gente, a los políticos les joden los árboles. Arrasan con ellos sin miramientos. Cuando necesitan poner una terraza, cuando el aparcamiento escasea, o cuando hay que levantar una calle, los arrancan y como si nada. Incluso los jardineros, que se supone deberían velar por la conservación y el buen estado de la vegetación urbana, tienden a su eliminación indiscriminada achacando cualquier tipo de justificaciones absurdas, como el peligro ciudadano


Ni siquiera arbolillos como Cercis siliquastrum, Laurus nobilis, Arbutus unedo, Prunus cerasifera o Ligustrum vulgare quedan a salvo de este expolio. Puedo entender que un plátano de sombra, un olmo o un almez sean árboles con demasiado porte como para crear problemas en las calles, estorbar a los vecinos con sus ramas o viandantes. Pero que estos arbolitos que funcionan como meros adornos y entretenimiento para viandantes
Con lo que cuesta criar un árbol en mitad del asfalto. Gases tóxicos, sustrato escaso, riego mínimo, zarandeos varios… Auténticos supervivientes que no solo engalanan las aceras, sino que oxigenan el aire circundante, nos proporcionan sombra y frescor y, lo más importante, una pizca de vida. Jardines esquilmados, calles desangeladas y paseos que bien podrían ser eriales. Esa no es la forma de ejemplificar una conservación del


Lo peor de todo viene cuando, llegada la hora de rellenar ese hueco con otro ejemplar, la administración competente decide eliminar el alcorque o poner es su lugar una papelera o cualquier otra especie fuera de toda razón o estética.
Ojalá se inventaran una ley como la de perros y gatos pero dedicada a árboles y arbustos, para todo aquel que atentara contra la vida de estos seres (útiles, no como los primeros) pudiera ser enchironado, sobre todo en ciudades como lamía en la que el sol es un tormento la mitad del año y la sombra escasea en cada recodo. Y no me vengan con que ya hay multas en las ordenanzas municipales, porque más de uno se las pasa por el forro.


Dejando para otro día el tema del césped en el sur peninsular, continúo con el tema arbóreo gracias a Andrea Antinori, la editorial A fin de cuentos y El naranjo, un álbum bien simpático con un trasfondo bastante interesante. Una semilla brota, crece un árbol y se llena de naranjas. Llegan los pájaros y se las llevan, el hombre lo poda, el gusano se come las hojas y el perro hace sus necesidades en él. El naranjo decide tomar venganza con el pájaro, el agricultor, el gusano y el perro, para después escapar perseguido por un policía.


Todo suena muy absurdo pero ese giro argumental inesperado lo es todo, ya que dotar de movimiento a un árbol, rompe el marco de lectura y propicia un discurso enriquecido donde cualquier cosa es posible. La víctima se convierte en criminal, los verdugos se convierten en inocentes, ¿qué pasa aquí? No es más ni menos que una metáfora imaginaria sobre la naturaleza y su capacidad para aleccionarnos desde un prisma travieso y divertido.
Heredera de las persecuciones de las películas mudas que se acentúa por la poca economía textual y una secuenciación lineal que corre página tras página, es un libro bastante alocado pero que da lugar a interpretaciones muy variadas dependiendo de la mirada y su contexto.
Y si encuentran algún asesino de árboles, no duden en regalárselo, se lo pensará dos veces.

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