Ahora que nos acercamos al final del curso, me doy cuenta de lo difíciles que son algunos conceptos con los que trabajamos en clase. Conceptos que incluso un servidor sigue encontrando complicados a su edad y que, por necesidades del guión, debemos dar a conocer a nuestros adolescentes sí o sí. Bien como novedades curriculares, bien para que comprendan otros.
A veces es inútil el empeño que pongamos, lo simplificados que se los presentemos o la cantidad de ejemplos cercanos que busquemos. Por mucho que se pongan a darle vueltas a sus cabecicas, nunca logran darles la dimensión correcta.
También hay que considerar que genios como Einstein, Darwin o Newton tuvieron que alcanzar la madurez para otorgarles entidad y desarrollar sus teorías, y no podemos pretender que niños y adolescentes, por muy espabilados que sean, se pongan al quite con ellos.
Filosofía, astrofísica, ecología, termodinámica, genética… ¿Para qué? Se preguntan muchos. Quizá todo vaya encaminado a realizar una criba donde los mejores abran nuevas sendas, nuevos caminos por los que transite la ciencia y así dar cabida a nuevas ideas que nos permitan avanzar en eso que llamamos supervivencia.
Conceptos como la materia, la energía, la selección natural, la entropía o la gravedad, a pesar de parecer sencillos, les complican la vida cuando hay que ponerlos en práctica. Son tan peliagudos, abstractos y enrevesados que yo siempre digo que no pasa nada por dejarlos a un lado. Hagamos lo que hagamos siguen rigiendo el mundo y no nos enteramos.
Como ejemplo de esto hoy les traigo la nada como concepto gracias a un álbum estupendo. El rey y nada, un álbum del siempre acertado Olivier Tallec y publicado por la editorial BiraBiro, nos cuenta la historia de un rey que se dedica a coleccionar cosas. Tiene de todo. Elefantes sin trompa, tormentas sin truenos y patines con sabor a caramelo. No le falta detalle. O bueno…, sí, le falta una cosa: la nada. Percatándose del problema se pone manos a la obra y empieza a buscar la nada. Por aquí, por allá, ¿logrará dar con ella?
Para esta ocasión, el genio francés se decanta por unas ilustraciones construidas sobre el rojo y el amarillo, una combinación que a priori parece arriesgada pero que funciona muy bien teniendo en cuenta las composiciones y los juegos de óptica donde volúmenes y espacios en blanco tienen un papel esencial.
Un punto de partida muy simpático y notas de humor en cada doble página, ensalzan un discurso que se adecúa a diferentes niveles de complejidad y dan un buen empujón a un álbum que intenta indagar en el conocimiento y abre nuevas preguntas sobre un concepto al que Newton, Aristóteles o Descartes regresaron una y otra vez.
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