Últimamente no alcanzo a cogerme el culo con las dos manos. Cosas de la vida, que de repente se pone a girar sobre sí misma y te ves envuelto en una espiral de la que, por mucho que te empeñes, es muy difícil salir. Preparar clases, corregir exámenes, cuidar a la familia, limpiar la casa, hacer la compra, hacer algo de deporte, ir a clase de inglés, poner este blog al día, atender las redes sociales. Todo es un maremágnum de obligaciones, necesidades y propósitos, que empiezas a necesitar un asistente con urgencia. Lástima que uno sea pobre y a lo máximo que pueda aspirar sea una chacha que le pase la mopa (y ni aun así, porque no veas cómo se cotizan…).
Así pasa, que todos los días, tocan varias carreras. Voy a toda pastilla. Del instituto a casa de mis padres, de casa de mis padres a mi casa, de mi casa al parque, del parque a la piscina, de la piscina a la escuela de idiomas, de la escuela de idiomas al supermercado, y así sucesivamente. No me extraña que me esté quedando en el chasis de tanto moverme. A este paso voy a rozar el perfil papiráceo.
Ayer, entre pitos y flautas, caminé unos doce kilómetros a lo largo de todo el día. Todo un récord teniendo en cuenta que las distancias en esta ciudad no son demasiado largas, lo que viene a decir que di más vueltas que un tonto. Quizá esa sea la razón por la que los provincianos mantenemos mejor el tipo que quienes viven en las grandes ciudades, aunque tengamos en nuestra contra establecimientos hosteleros asequibles por todas partes.
El caso es que hay que relajarse un poquito, pues si bien es cierto que uno quema calorías, también puede salir de los nervios, que conforme está el percal, no es lo más deseable. Parar es bueno para la salud. Priorizar y disminuir el ritmo se perfila como un ejercicio de higiene personal. No como el protagonista del álbum de hoy.
Don Prisas es todo un personaje. Lleva un desastre de vida que no es ni medio normal. No puede parar ni un minuto. Siempre corriendo de aquí para allá y de allá para aquí. Lo peor de todo es que siempre se olvida algo en sus paradas y no se percata de montones de cosas, incluso peligros a los que se expone. Desde el momento en el que se despierta con su pijama de osos panda, todo es una contrarreloj. Pasa por la cafetería, el gimnasio, su despacho, la casa de su madre o el parque. ¿Hasta cuándo seguirá con estas prisas de vértigo? Como siga así se llevará un disgusto.
Con este álbum a caballo entre el libro-juego y la ficción, el historietista y componente de Tricicle, conocido trío de humoristas catalanes, se lanza al público infantil de la mano de la editorial Thule y con una historia llena nuevos detalles a cada lectura.
Y no solo eso, pues una frase a modo de retahíla que se repite en cada doble página, las descontextualizaciones, una incógnita (¿Qué cara tiene el protagonista?), o el apéndice final que nos invita a encontrar un montón de cosas, son un añadido muy jugoso en una historia en la que sonríes por cualquier esquina de la ciudad, incluso al final.
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