El tiempo me ha enseñado que las parejas, por separado, mucho mejor. Mira que me lo decía un compañero de piso. “Compartir con unos novios es muy difícil porque hacen piña y siempre salen ganando”. Por aquel entonces, yo era joven e inexperto y no sabía qué decir, pero con el tiempo he ido madurando la idea de que las parejas tienen una idiosincrasia muy diferente a la de los que vivimos en soledad. Sobre todo, cuando no hay familia, que eso es otra cosa.
Están sumidos en un ecosistema que solo ellos entienden y con unas variables muy particulares (pónganles el nombre que quieran). Lo peor viene cuando juegan en equipo sin percatarse de que la vida es un deporte individual. Que por mucho que se empeñen, cada uno tiene sus circunstancias, y si te enganchas con una brida a otra persona, acabas despeñado en la derrota. Todo, en su justa medida.
Fíjense en este par de lagartos. Llorando por un anillo… ¡Habrase visto…!
El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.
Han perdido sin querer
su anillo de desposados.
¡Ay, su anillito de plomo,
ay, su anillito plomado!
Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.
El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.
¡Miradlos qué viejos son!
¡Qué viejos son los lagartos!
¡Ay, cómo lloran y lloran!
¡Ay!, ¡ay!, ¡cómo están llorando!
Federico García Lorca.
El lagarto está llorando.
En: Paisaje de un día.
Ilutraciones de Isol.
2024. Barcelona: Takatuka.
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