Yo, que me gusta ponerlos contra las cuerdas, les aprieto un poco las tuercas y no doy mi brazo a torcer a la primera de cambio. Si no, todo sería demasiado fácil… “Podías entregármelos hasta hoy, ¿qué te ha pasado?” “Lo dejé muy bien explicado en ese guión que os entregué hace un mes y medio, ¿es que no lo tienes?” “Mañana justamente tengo otro examen en el recreo, ¿por qué no lo haces hoy? Si total, de hoy a mañana, lo que no te sepas ya…” “Sin ningún problema, pero dile a tu padre que las faltas deben justificarse con la mayor brevedad posible.”
Al instante, toda una lluvia de excusas empiezan a pulular por el aula. Que si una marabunta de termitas gigantes ha devastado todo mi escritorio, que aquel guión fue interceptado por los servicios secretos de Mozambique al pensar que se trataba de un documento de espionaje, que mi madre creyó que los ejemplares de su herbario eran un precioso ramo de flores secas y se lo ha regalado a la vecina del segundo o que el ordenador de mi padre fue devorado por un caimán durante un viaje de negocios a Uruguay.
Tanta inventiva me alegra doblemente. Primero, porque da buena cuenta de que los chavales siguen utilizando el cerebro, y segundo porque tienen el descaro suficiente para enfrentarse a esta vida. Así que, en loor a todos ellos, hoy les regalo un libro que ya tiene unos meses, pero que bien merece salir a la palestra.
Es que me crucé con…, es un libro escrito por Agnès de Lestrade, ilustrado por Joao Vaz de Carvalho y publicado en nuestro país por Petaletras que nos cuenta la conversación entre un padre y su hijo en la que el segundo le propina todo tipo de excusas inverosímiles al primero por haber llegado tarde a una cita. Y es que en el camino, el crío se ha topado con una mariquita que levantaba pesas, una hormiga sobre un orinal, una trucha corriendo o un tucán que se lavaba los dientes.
Con mucho humor, un buen puñado de animales y sencillos pareados, los autores siguen la estela de otros libros de pretextos infantiles (véase el ya clásico No he hecho los deberes porque…) para sumergirse en la subversión infantil y el mundo surrealista. Tomen nota y regálenlo a padres incautos que siempre tienen (o no) ingenio para salirse con la suya.
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