Se aventura el final de curso y toca darle una vuelta a la casa. Después del recogimiento de esos meses que han quedado atrás, empezamos a aventar nuestros hogares. Lavamos las cortinas y los edredones, quitamos el polvo, cambiamos la ropa de los armarios, sacamos brillo a los azulejos, guardamos los abrigos, limpiamos ventanas y persianas, abonamos las plantas y le damos una mano de pintura a manchas y desconchones. Una suerte de ritual que se repite cada año y nos prepara para el estiaje desde la frescura que se respira en una casa limpia y ordenada. Un espacio que, a modo de bosque umbroso, nos acoge en ese largo paréntesis que es el verano.
Ya llegará el otoño y caerán las hojas. Ya llegará el invierno con su manto blanco. Respiremos ahora en mitad de la calma, cojamos aliento para lo venidero. Detengámonos a escuchar el susurro de lo acontecido. Démonos un respiro. Reposemos sin recelo. Siempre tranquilos.
La flor de la maceta
dentro de casa, muy quieta.
Sueña cada mañana
con volver a ser montaña.
***
La partitura del verano
la teje la araña,
la interpretan chicharras,
los sapos y ranas,
la voz de los grillos
e intensas urracas.
Yo solo cierro los ojos
y escucho desde mi ventana:
teje la araña, teje
y la vida canta, canta.
Mar Benegas.
En: Para decir un bosque.
Fotografías de Ima Garmendia.
Ilustraciones de Laura Borràs.
2024. Barcelona: Yekibud.
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