Si temen que el cielo les vaya a caer sobre la cabeza como el supersticioso Abraracurcix, pueden estar tranquilos. A menos que la galaxia entera converja en un solo punto, cosa harto imposible hoy día si atendemos a la teoría de la relatividad, lo más que les puede suceder es que acaben cortándoles el suministro eléctrico por impago de alguna factura perdida en la oficina de correos.
De lo que no han de estar tan despreocupados es de sus hijos, esos a los que llaman “escolares” por no decirles “delincuentes” –ya saben acerca de estas malas jugadas que nos reserva lo políticamente correcto…-. A los/as nenes/as de hoy día se les ha olvidado quién manda aquí, ¡y ojo!, que la culpa del asunto no la tienen estas almas cándidas echadas a perder por tanto videojuego, sino los indocumentados que, por asociación de ideas, por arte de magia, por comisión de servicios, por formación del profesorado o porque sí, les han enseñado a ser tan déspotas y maleducados. Y me refiero a los que devuelven favores a base de cuidados intensivos, pensando que los centros educativos, más que lugares de enseñanza son hospitales de campaña en los que se reparte amor en vez de buena cirugía.
Si meditara sobre estas “medidas paliativas”, lo más probable es que vomitara el desayuno, así que, con un poco de buen humor, les dejo con un título que, en esta época educativa un tanto absurda, bien se podría regalar a los docentes en vez de a los alumnos, La escuela de los niños felices (texto de Gudrun Pausewang e ilustraciones de Inge Steineke). Con una clara visión constructivista, la obra aboga por la escuela sin reglas, sin horarios, sin deberes, donde campe la libertad… Eso sí, en ningún sitio dice que los alumnos insulten al profesor, lo traten como un animal de carga o le hagan caso omiso. Paradojas de lo subversivo…
1 comentario:
Gracias por la recomendación! Creo que me está haciendo falta...
Un saludo.
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