Se habla, se comenta que, en los últimos tiempos, cada vez se hace más difícil toparse con personas que te comprendan instantáneamente, casi al cien por cien, tanto para un chascarrillo, como para hacer chirriar los muelles del catre... ¿Serán exigencias del guión o será el inconformismo que nos atrapa en un bucle de ensimismamiento…?
Aunque no suelo tener estos problemas, tampoco me veo exento de sorpresas: en ocasiones, yo también veo muertos… Líbreme el altísimo de pensar que no es asunto de mi incumbencia: lo es tanto, como de los que a mí se acercan.
El primer paso hacia la empatía, el conocimiento mutuo, es, obviamente, percatarse de los propios defectos. En la mayor parte de los casos, el previo autoanálisis nos puede evitar choques frontales (y alguno que otro lateral), por lo que es necesario un correcto punto de partida donde todas las partes involucradas sean conscientes de su “yo” interno. Pero no nos engañemos, cuestionarnos a nosotros mismos es el plato menos apetecible del menú. Véase mi caso. A bote pronto no encontraría fallo alguno en esta ingeniería de última generación que constituye mi persona, pero seguramente, en un alarde de autoevaluación, sería capaz de dedicarme los peores calificativos. ¿Qué quieren un ejemplo? Déjenme pensar… Enrevesado, soy enormemente enrevesado. Comprendo que nadie comprenda mis palabras o acciones a la primera de cambio, quedando muchos boquiabiertos ante semejante alarde de contrarias actitudes y enfrentados discursos. Si digo “a” quiero decir “m”, y si me refiero a “beta” significa que me decanto por “gamma”. Imagínense… Así que mejor no hablemos de mis sarcasmos… Ante ese “no hay quién te entienda”, gusto de esgrimir un “es preferible fiarte de mis actos que de mis palabras”. Por lo que no se asusten: si mientras les regalo una caricia me siento tentado por endosarles una locuaz ironía, quédense con la caricia.
Y para que sigan pensando en lo enrevesado de algunos elementos que pululamos por ahí, les dejo con el clásico básico de hoy, Inés del revés (obra de Anita Jeram, sí, la misma de Adivina cuánto te quiero), una ratoncita que es capaz de querer desorbitadamente pese a su rotunda negación.
Aunque no suelo tener estos problemas, tampoco me veo exento de sorpresas: en ocasiones, yo también veo muertos… Líbreme el altísimo de pensar que no es asunto de mi incumbencia: lo es tanto, como de los que a mí se acercan.
El primer paso hacia la empatía, el conocimiento mutuo, es, obviamente, percatarse de los propios defectos. En la mayor parte de los casos, el previo autoanálisis nos puede evitar choques frontales (y alguno que otro lateral), por lo que es necesario un correcto punto de partida donde todas las partes involucradas sean conscientes de su “yo” interno. Pero no nos engañemos, cuestionarnos a nosotros mismos es el plato menos apetecible del menú. Véase mi caso. A bote pronto no encontraría fallo alguno en esta ingeniería de última generación que constituye mi persona, pero seguramente, en un alarde de autoevaluación, sería capaz de dedicarme los peores calificativos. ¿Qué quieren un ejemplo? Déjenme pensar… Enrevesado, soy enormemente enrevesado. Comprendo que nadie comprenda mis palabras o acciones a la primera de cambio, quedando muchos boquiabiertos ante semejante alarde de contrarias actitudes y enfrentados discursos. Si digo “a” quiero decir “m”, y si me refiero a “beta” significa que me decanto por “gamma”. Imagínense… Así que mejor no hablemos de mis sarcasmos… Ante ese “no hay quién te entienda”, gusto de esgrimir un “es preferible fiarte de mis actos que de mis palabras”. Por lo que no se asusten: si mientras les regalo una caricia me siento tentado por endosarles una locuaz ironía, quédense con la caricia.
Y para que sigan pensando en lo enrevesado de algunos elementos que pululamos por ahí, les dejo con el clásico básico de hoy, Inés del revés (obra de Anita Jeram, sí, la misma de Adivina cuánto te quiero), una ratoncita que es capaz de querer desorbitadamente pese a su rotunda negación.
3 comentarios:
¡¡HOla Román!! me ha gustado mucho este libro, lo encontré en la biblioteca infantil :) No me olvido de tu ilustración. un abrazo y feliz jueves.
Es uno de mis libros preferidos. Hay que ser una mamá inteligente para actuar como la ratona y conseguir su objetivo a pesar de la cabezonería de Inés.
Una joyita, incluyendo la ilustración.
Besadetes
Uno de los libros favoritos de casa. Sencillo, divertido y fresco. Me recuerda que para ser feliz hay que ser un poco niño y ver las cosas del revés.
'Adivina cuánto te quiero' no me hace tal efecto.
Saluditos, Miriam
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