Como larva insaciable que, minuto a minuto, devora los brotes jóvenes, así es la indignación que corroe mi pensamiento estos días, presa del espanto que nuestra condición puede desatar… “¿A que se referirá éste, tan sentido?” Dirán.
Les hablo de ese desgraciado chaval, acusado en falso de infanticidio y que tantas portadas y telediarios ha copado. Tamaña gravedad que nos resultaría cotidiana si fuese verdad. Pero no, en este caso la inocencia se hizo esperar, tanto, que la democracia popular dictó rápida sentencia, eso sí, jaleada por las necias y arribistas palabras de políticos asquerosos y malnacidos. Pero ya es tarde: no hay justicia que resuelva esa afrenta de honor que pagará de por vida.
En ocasiones, con acontecimientos como este, siento el impulso de abandonar esta palestra, olvidarme de mi individualismo, resumirlo en miedo. Miedo al corrupto poder, al fascismo que esconden las siglas, a sus represalias… No importa quién seas o lo que hagas, ellas, las siglas, siempre estarán esperando, al acecho, para sacrificarte en aras de su victoria, de su encumbramiento, dejando entrever una vez más que el individuo no es libre hasta que las relega a un segundo plano, hasta que es dueño de su propia libertad, esa por la que luchamos en solitario cuando estamos acorralados. Libertad que Francisco Ayala promulgaba desde la azotea de la edad.
Lean a Ayala, el liberal español de todo un siglo. Lean estas frías tardes. Lean. Porque cuando alguien elige leer también hace uso de su libertad.
Dudo que la Literatura pueda hacer de nosotros mejores personas, pero sí, al menos, puede hacernos reflexionar sobre lo que nos acontece a diario pese a ser ese animal racional que otrora definieron los ilustrados.
Les hablo de ese desgraciado chaval, acusado en falso de infanticidio y que tantas portadas y telediarios ha copado. Tamaña gravedad que nos resultaría cotidiana si fuese verdad. Pero no, en este caso la inocencia se hizo esperar, tanto, que la democracia popular dictó rápida sentencia, eso sí, jaleada por las necias y arribistas palabras de políticos asquerosos y malnacidos. Pero ya es tarde: no hay justicia que resuelva esa afrenta de honor que pagará de por vida.
En ocasiones, con acontecimientos como este, siento el impulso de abandonar esta palestra, olvidarme de mi individualismo, resumirlo en miedo. Miedo al corrupto poder, al fascismo que esconden las siglas, a sus represalias… No importa quién seas o lo que hagas, ellas, las siglas, siempre estarán esperando, al acecho, para sacrificarte en aras de su victoria, de su encumbramiento, dejando entrever una vez más que el individuo no es libre hasta que las relega a un segundo plano, hasta que es dueño de su propia libertad, esa por la que luchamos en solitario cuando estamos acorralados. Libertad que Francisco Ayala promulgaba desde la azotea de la edad.
Lean a Ayala, el liberal español de todo un siglo. Lean estas frías tardes. Lean. Porque cuando alguien elige leer también hace uso de su libertad.
Dudo que la Literatura pueda hacer de nosotros mejores personas, pero sí, al menos, puede hacernos reflexionar sobre lo que nos acontece a diario pese a ser ese animal racional que otrora definieron los ilustrados.
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