Frente al televisor, no por aburrimiento sino por mero afán de tranquilidad, he constatado la de miserias con las que nos ametrallan los medios de comunicación a todas horas. Contemplar tanto dolor ajeno, tanto sufrimiento obsceno, más que enganchar, repugna. No es que uno sea muy delicado a la hora de recostarse en el sofá y hacer ejercicios de monotonía con el pulgar sobre las teclas del mando a distancia, pero el mero pensamiento de verse transformado en un abuelo parapléjico y fetichista de los sucesos casi fúnebres, me obliga a apagar el asunto y ponerme a corregir exámenes (mi gran cometido durante los días que restan). Lo mejor de todo es que no sólo son lágrimas…, tenemos huelgas de hambre reivindicativas, atentados suicidas, manifestaciones de pantomima y hasta destripadores navideños. Únicamente me resta rezarle a la santísima Virgen de Cortes y pedirle que me libere (y a todo aquel que quiera) de tanto niño muerto…, aunque con total seguridad, Ella, desde lo más alto, acallará mis, nuestras súplicas, primero por pecadores y segundo, por no haber hecho ni un amparo, y sentenciará que ya está bien de cuentos, que aprendamos a sufrir la cruda realidad, las cosas que a veces pasan, con la salvedad de que dichos eventos difieran un buen trecho de los que recoge Kestutis Kasparavicius en su último trabajo, publicado en España por la editorial Thule, que, bien mirado, es una buena forma de evadirse de la rabiosa y cadavérica actualidad, por no hablar del nevazo que hoy lunes casi nos quita la vida en honor de los altos cargos educativos… ¡Lo raro es que no pasen más cosas de las que pasan!
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