El otro día me lloraba
un votante que, desde que era más pobre, no podía irse de viaje. Yo
me quedé un poco patizambo, lo consolé en la medida de lo posible
(uno ya tiene bastante con aguantarse a sí mismo) y salí cortando
mientras le daba al coco... Se ve que un servidor es gilipollas,
conformista o resignado por anteponer otras necesidades al mero
peregrinaje... Aunque no me extraña esa desazón, ese ansia viva,
teniendo en cuenta que, antes de la venida de la crisis, se iba de
turné hasta la Tomata.
Viajar tiene sus pros
(pero ese es otro alegato) y unos cuantos contras. Hace bastantes
años, lo de viajar molaba, sobre todo porque sólo se iban a otra
punta del mundo cuatro currantes (incluidos camioneros, comerciales y
negociantes), privilegiados (cruzar el charco costaba un pico antes
de la democratización que trajeron las compañías aéreas de bajo
coste) o aguerridos mochileros (pasándolas canutas también se
viaja, no lo olviden), y la cosa, como todo lo minoritario, pecaba
de cierta exclusividad -bastante deseable, por otra parte-. Es por
ello que, abanderadas por la buena (y ficticia) marcha de la economía
española, las clases medias y bajas comenzaron a subirse al carro
para dar rulos por el globo. Compras pre-navideñas en Nueva York,
nochevieja en Lisboa, un mesecito recorriendo la Patagonia y la cena
del capitán (me descojono cada vez que algún partidario de los
cruceros lo menta)... Vamos, que el populacho no atascaba y le daba
al plástico para, tras el verano, quedar con sus iguales, y comentar
lo maravilloso que era el Caribe de Curro. Todo con tal de escalar en
el estatus...
Tampoco hay que olvidarse
de la idealización, un fenómeno colectivo al que han contribuido
revistas especializadas y programas televisivos. Lo extraordinario
que es viajar y, sobre todo, ¡echarse fotos! Y si las tomamos
durante un periplo por Mozambique, Mongolia o Nicaragua, tienen más
solera todavía. Cuanta más pobreza ves (sobre todo si eres
aficionado a los hoteles boutique y contemplas cómo la cruel
realidad golpea a otros), más gastroenteritis sufres y más violento
es un país, más aprendes, mejor te lo pasas y más realizado como
persona te sientes... Puro esnobismo ilustrado.
Sí, sí, viajar abre la
mente (eso de desarrollar estrategias de supervivencia, agiliza los
sentidos y agudiza el ingenio) y es más exótico que independizarse
de los papis, pero no creo que sea más enriquecedor que una charla
en la sala de espera del dentista entre un vagabundo, un agricultor
ecologista, una vedette, un físico nuclear y un lector de
libro-álbumes. A lo que aduzco que, lo importante es con quien
compartes el camino, no tanto el recorrido.
Y
como un servidor esta harto de odiseas (cuanto más ruedo, menos
quiero moverme de casa) hoy enciendo el modo detractor para abominar
de los trotamundos reales y simpatizar con los viajeros virtuales
que, como la protagonista de Lola se va a África, un
gracioso y bien armado libro de Anne Villeneuve (editorial
Bira Biro), le dan al cuento y la imaginación para volar por otras
geografías, por otros lugares en los que uno quiere de verdad estar y que bien pueden ser tanto o más auténticos que los
palpables y empíricos.
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