Román Belmonte: De
entre todos los nombres de especialistas en LIJ que barajé para
mantener esta charla, usted ganó por goleada. Creo que es usted
bastante metódico y correcto, también que carece de prejuicios y
posee un gran bagaje cultural, y, sobre todo, es honesto con su
trabajo. Pero seamos sinceros: los dos nos hemos formado en aras de
la ciencia para terminar apasionados por la literatura dirigida a los
niños, ¿a qué se deberá?
Luis Daniel González:
Gracias. Excesivos elogios, me parece. Ojalá fuera más metódico:
hago lo que puedo. Sí que tengo prejuicios: todos los tenemos.
Supongo que ser licenciado en Física te crea unos hábitos mentales
distintos a los de alguien que ha estudiado una carrera de letras,
pero no sé bien qué significa eso en este terreno.
R.B.: Aunque usted nos
ha dado la bienvenida a la fiesta de la literatura infantil, jamás
he recibido una invitación para tal evento, ¿podría improvisar una
aquí?
L.D.G.: Soy cada vez
más enemigo de las exhortaciones genéricas a leer y de cualquier
mística en relación con la lectura tipo “leer te hace más libre”
y ese tipo de frases supuestamente motivadoras. Yo fui un lector niño
que disfrutaba mucho al leer (sobre todo libros de aventuras) y por
eso puse ese título al libro que publiqué hace ya tiempo.
R.B.: Por cierto, ¿ha
dado usted ya con alguna definición breve de “literatura
infantil”?
L.D.G.: Aunque uso la expresión “literatura infantil”, pues es habitual y todos nos entendemos, prefiero la de “libros infantiles”, de los que unos son literatura y otros no. Lo cual no quiere decir que los del segundo tipo sean peores: si cumplen bien sus funciones, perfecto.
R.B.: Le he de confesar que uno de los primeros encontronazos que tuve con la LIJ fue gracias a usted. Ahora me toca preguntarle, ¿qué le llevó a posar su mirada en la literatura infantil?
R.B.: Le he de confesar que uno de los primeros encontronazos que tuve con la LIJ fue gracias a usted. Ahora me toca preguntarle, ¿qué le llevó a posar su mirada en la literatura infantil?
L.D.G.: Que fui muy
lector de pequeño, supongo. Que, en un momento dado, empecé a
preparar unas selecciones comentadas de libros infantiles…, y que
las cosas crecieron, sin yo saber bien cómo ni por qué, hasta este
momento en el que estamos.
R.B.: A veces denoto
cierta nostalgia en sus palabras, sobre todo cuando compara las joyas
de la literatura con los nuevos relatos. ¿Qué tienen los clásicos
de la Literatura Infantil y Juvenil que no tienen las obras de nuevo
cuño?
L.D.G.: La nostalgia
tiene que ver con la edad… Entiendo que una de las misiones del
crítico es comparar, pues eso es justo lo que no puede hacer un
lector joven. A veces los libros antiguos no es que sean mejores en
todos los terrenos, sino que son los primeros en algo y ese mérito
hay que darlo a conocer. Pasa lo mismo con los libros de una saga:
los siguientes pueden ser mejores pero los personajes e ideas básicas
suelen estar en el primero.
R.B.: A pesar de que
hoy día se editan cientos de títulos, encuentro algo empobrecido el
panorama de la literatura infantil... Argumentos repetitivos,
antiguas recetas con nuevos formatos, refritos, obras poco
trascendentes... ¿Son imaginaciones mías o usted percibe la misma
realidad?
L.D.G.: Empecemos por
decir que todos los argumentos son repetitivos. A Borges le parecía
que solo hay unas pocas historias que vuelven una y otra vez cosa que
yo también pienso, y no sólo por la autoridad de Borges. Esto es
más evidente aún en los relatos de la LIJ. A nadie le puede
sorprender que haya continuos álbumes sobre miedos nocturnos o
nuevas novelitas escolares. Lo importante es que sean libros bien
hechos: bien escritos, bien construidos, bien editados, respetuosos
con los niños. Luego, sí es cierto que los intereses comerciales
propician un exceso de libros flojos.
R.B.: En los libros
infantiles de hoy día, ¿hay más moralina o moraleja?
L.D.G.: En todos los libros, y no solo en los infantiles, hay moraleja o moralejas. El que dice que no quiere darte una moraleja ya está colocándote una. En los libros infantiles esto se acentúa más porque los niños y jóvenes son personas en formación, algo que quien escribe o publica o compra para ellos, no suele perder de vista. La cuestión está en si se hace bien o mal. En relación a eso estoy contento de un artículo que escribí hace tiempo que se titula Defensa de las moralejas y que está AQUÍ.
R.B.: Si no me
equivoco, usted ya se dedicaba a desgranar la LIJ antes de que las
editoriales encargadas de reeditar los clásicos ilustrados y
producir otros nuevos llegarán a este país con el nuevo milenio. A
su juicio, ¿qué han sumado y/o restado estas empresas al género
del álbum ilustrado?
L.D.G.: Sé que, en
algunos casos, gracias a que algún editor leyó algo mío, algunos
libros han vuelto a los escaparates, y eso me alegra, claro. Pero las
nuevas ediciones de clásicos, con nuevas ilustraciones, creo que
tienen más que ver con una tendencia editorial universal y con el
auge de la ilustración en los últimos años. A mí me parece una
buena noticia que vuelvan los mejores relatos del pasado, de una u
otra manera.
R.B.: Vocifere el
título de tres álbumes ilustrados redondos...
L.D.G.: Creo que yo no usaría la palabra vociferar… Tres: Donde viven los monstruos, Pequeño Azul y Pequeño Amarillo, La ola.
R.B.: A pesar de todos
los años que llevo escuchando el término “literatura infantil y
juvenil”, todavía no me ha quedado muy claro el concepto de
“juvenil”... Unas veces podría definirlo como un invento
comercial y otras como literatura adulta edulcorada. ¿Qué hay de
verdad y qué de falacia en este apelativo?
L.D.G.: Sobre todo, es
que “juvenil” es un término muy amplio. Cualquier buen lector
infantil, de doce años, decía Tolkien, puede leer cosas que nunca
leerán muchos que doblan y triplican esa edad. Creo que basta usar
“juvenil” en el sentido de que son, o parecen ser, lecturas
apropiadas para lectores jóvenes: porque tienen a protagonistas
chicos o chicas en su argumento, porque introducen algún tema de
interés de un modo que a ellos les atrae, porque abren panoramas que
luego pueden completarse con más lecturas de ficción o de
no-ficción, etc.
R.B.: Bajo mi prisma
de profesor veo en la paraliteratura una gran aliada a la hora de
despertar el gusto por la lectura en los adolescentes, esos a los que
me gusta llamar “los lectores perdidos”. ¿Qué lugar en el
universo lector le da usted a este tipo de obras que tanto abundan en
las librerías?
L.D.G.: No hay que
derribar nunca la escalera por la que algunos han subido o suben. Hay
quienes llegan a ser lectores debido a ciertos libros flojos y pienso
que no hay que criticarles por eso pues, a fin de cuentas, hacen lo
que pueden. Y, a lo mejor, hacen más de lo que haría quien les
critica si estuviera en su situación. Pero la mala literatura es
mala literatura, y los libros engañosos hacen trampas al lector, y
hay personas que tienen la obligación de decírselo, como
profesores, o padres, o amigos, o quien sea. A veces, sólo con
comparar el uso de los adjetivos en unos párrafos de un libro de
aventuras fantásticas con otros de El
señor de los anillos, ya se lo haces ver. Por otro lado,
me gusta el ejemplo de que los libros son como simuladores de vuelo
de los sentimientos y si el simulador es engañoso más adelante
tendrás problemas: el adulto tiene que advertirlo, para eso es
adulto.
R.B.: La relación de
la Escuela española con la Literatura Infantil siempre ha sido un
poco somera, casi esquiva diría, y ha dependido más de la voluntad
de los poco reconocidos maestros..., ¿sabe usted de alguna fórmula
que propicie más encuentros que desencuentros entre esta institución
y la lectura?
L.D.G.: No tengo nada
clara la relación entre la LIJ y la escuela. Muchas veces pienso en
que los grandes beneficiados de meter la LIJ en la escuela no son los
lectores… En mi experiencia, personal y de amigos, creo que la
mayoría de los buenos lectores no salen de la escuela. Pero no
quiero generalizar: también conozco profesores que lo hacen
extraordinariamente bien. En cualquier caso, hablando en general,
opino que lo que la escuela debe hacer, sobre todo, es aquello que
nadie más que ella puede hacer, que es transmitir los conocimientos
básicos, los cimientos sobre los que se puede luego construir, y
dejar otras actividades a instituciones que lo pueden hacer mejor.
R.B.: Desmigajar un
libro no es una tarea fácil a tenor de los múltiples parámetros
que hay que tener en cuenta, pero seguro que usted tiene alguna
receta para separar la paja del grano... Deme alguna pista al
respecto.
L.D.G.: No tengo
recetas, la verdad. Procuro leer dejándome llevar, sin pensar mucho
aunque tomando notas de las páginas en las que hay algo que me
interesa o me sorprende (para bien y para mal). De la lectura queda
una primera impresión y luego repaso lo que anoté. De todos modos
me confundo no pocas veces: he tenido que rectificar opiniones, con
el paso de los años, debido a que alguien me hizo notar cosas en las
que no había reparado o a que nuevas lecturas me hicieron comprender
algo bastante mejor. Por supuesto, cuando algo gusta mucho a los
lectores jóvenes y a mí no, tengo que aclararme bien a mí mismo
por qué pasa eso.
R.B.: ¿Qué tiene
Narnia que no tengan otros mundos imaginados?
L.D.G.: Tal vez que, después de algunos libros de Edit Nesbit, fue la primera serie de libros de ese tipo: con niños protagonistas que van y vienen entre nuestro mundo y otro mundo fantástico. Por otro lado la narración es un tanto hipnótica, y tiene una densidad particular, que pasa por encima de algunas inconsistencias constructivas.
R.B.: Ha profundizado
en temas como el libro ilustrado, la literatura fantástica o la
historia de la LIJ y ha estudiado la obra de C. S. Lewis, Chesterton
o Stevenson... ¿Qué se trae entre manos ahora mismo?
L.D.G.: Desde hace dos o tres años mi plan es “limpiar la mesa” y sigo con él. Es decir: quiero acabar cosas que tengo a medias —artículos, libros…—, repasar y corregir lo publicado hasta el momento, y dar por concluida mi aportación a la LIJ. Aún tardaré un tiempo, también porque me piden cosas y me llaman de algunos sitios, pero esa es mi idea actual.
R.B.: Para
despedirnos, nos toca jugar, comer y leer... Pero para ello necesito
saber antes cuál/es es/son su/s juego/s favorito/s, cuál/es su/s
plato/s preferido/s y su/s libro/s predilecto/s...
L.D.G.: Mi deporte es, o más bien fue, el baloncesto. También, aunque nunca competí, el atletismo. Pero casi todos los deportes me gustan. No tengo platos que me pirren muchísimo, una buena tortilla para mí es suficiente. Y libros predilectos…, pues en mi página tienes de sobra para escoger.
Luis Daniel González (El
Rosal, Pontevedra, 1955), aunque se crió en Orense, se trasladó en
su juventud a Santiago de Compostela para cursar Ciencias Físicas,
estudios que terminó en Valladolid. En la década de los ochenta
puso en marcha una biblioteca juvenil e impulsó actividades de
promoción de la lectura. De este trabajo surgió su Guía de
clásicos de la Literatura Infantil y Juvenil (3 volúmenes), que
sería ampliada más tarde para dar lugar a su obra más conocida,
Bienvenidos a la fiesta (2001), un diccionario-guía de
autores y obras LIJ que complementó con la página web homónima
(ver AQUÍ) y dos anexos publicados bajo el nombre de Donde vive
la emoción (2002) y Donde nacen los sueños (2003).
Durante todos los años siguientes y hasta la actualidad, además de
escribir numerosos artículos, críticas de libros, diversos libros
-en edición impresa o digital- relacionados con la LIJ (entre los
que destaca Cruces de caminos, junto a Fernando Zaparaín,
2010) o su estudio sobre Las crónicas de Narnia titulado Una
magia profunda, también ha participado en cursos y conferencias,
lo que le ha llevado a ser uno de los especialistas en LIJ mejor
considerados del panorama de la Literatura Infantil y Juvenil.
1 comentario:
Estupenda entrevista, he disfrutado mucho leyéndola.Que siga la fiesta....
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