Tras el alivio que supone saber que Paulo Coelho no haya recibido el Nobel este año (Aviso de que estas inocentadas informativas pueden provocar un telele a más de uno. ¡No jueguen con nuestra salud! Prefiero dudar
sobre la existencia divina antes que admitir que este tío escribe
literatura) y vaticinando que todo se andará, recomiendo a todos aquellos que persigan un hueco en el
firmamento de la escritura, que dejen de leer a Dickens, Cervantes,
Chesterton o Cavafis, y empiecen a darse a la paraliteratura. No
importa si son libros de autoayuda o adaptaciones cinematográficas,
pero la cuestión en que se dediquen a las castañas pilongas para,
algún día, recibir de manos del rey de Suecia el citado galardón.
No es de extrañar que el
tiempo de los buenos escritores haya quedado atrás. ¡Que más da!
Con un buen argumento que desarrollar, no excederse en florituras y
cagarla lo menos posible en cuanto a reglas ortográficas y
sintácticas se refiere, es suficiente. A todo ello hay que añadir
pavonearse, buscar entre tus genes alguno que ayude a explicar tu
innata verborrea, escribir tu nombre con luces de neón, rodearte de
mucho palmero y perifollo, y apuntarse a todos los saraos, tienen una
importancia más que considerable en esto del éxito. Vamos, que la
cosa se resume en parecer y dejar de ser.
El postureo, ese concepto
que España ha proporcionado al mundo entero y del que debería
sentirse ¿orgulloso?, está patente en cualquier faceta de nuestra
existencia. Todas necesitan de un espectáculo en el que hay que
invertir mucho tiempo e ingresos. Mientras algunos se dejan la paga
extra para enmarcar los títulos de la universidad popular, y otros
rehipotecan el piso por cuarta vez para embutirse en las creaciones
de Azzedine Alaïa, todos intentan a toda costa confundir a los demás
y proyectar una imagen ilusoria de sí mismos que les ayude a
progresar en el ámbito profesional o social.
Así pasa, que de
toparnos con tanto sucedáneo hemos perdido el criterio y somos
incapaces de distinguir entre churras y merinas (¿o era entre
hombres y piedras de mechero?). Algo no sólo restringido a nuestra
especie, sino también a las del grupo de reptiles como El señor
serpiente, protagonista del último álbum de Armin Greder
publicado en nuestro país a cuenta de la editorial A buen paso. El
autor de, entre otros títulos, La isla o La ciudad, y
ganador de numerosos premios internacionales, establece un juego de
adivinanzas (expectación de las páginas impares), suspense (ese
momento mágico de pasar la página...) y decepción o enfado (descubrir lo
que esconden las páginas pares). Y justo cuando el señor serpiente
tira la toalla, ¡voilá! Aparece algo inesperado. Si a toda esta
historia con forma de retahíla clásica añadimos que se desarrolla
en un contexto más amplio (no sólo en la dimensión argumental,
sino en la dimensión escalar) cuyo final se nos desvela en la última
doble página, se podría decir que nos encontramos ante un inmejorable álbum ilustrado para primeros lectores bastante honesto, sin poses ni parecidos razonables, que al fin y al cabo, es lo suyo.
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